Quienes asistieron al último concierto del verano con la Orquesta Sinfónica Nacional, vivieron una mañana de privilegios en la sala Avellaneda del Teatro Nacional de Cuba, cuando de la mano del maestro Roberto Valera se escuchó la imponente interpretación de La bella cubana, pieza antológica del maestro José White e ícono del pentagrama musical cubano.
Sin embargo, después de esta apertura se podía advertir la “desaparición” de las molestias que pudieron atentar contra la acústica –por la falta de una reparación capital- de la reconocida sala, ante un público que contenía la respiración, mientras los pasajes de aquella música mostraba la presencia de la influencia de maestros de la vieja Europa, desde Serguéi Prokófiev, hasta lo más profundo de Latinoamérica con Heitor Villa-Lobos, presentes en Loja. Variaciones sinfónicas (estreno mundial) del maestro José Loyola.
De hecho, asistíamos a un momento inédito con el estreno mundial de La vida diaria, una obra creada y dirigida por el propio Valera, a través de la cual resulta perceptible la madurez sólida e irrebatible de esa pieza que debería ser reproducida para su difusión a través de los nuevos medios o soportes tecnológicos, incluso de la Internet.

Sobre este detalle, en un intermedio, subrayó Valera: “La vida diaria, es una obra que compuse durante la etapa de la pandemia de Covid-19, encerrado, confinado. Me aburría. Es cuando más se extraña la vida diaria. En un día ocurren muchas cosas, en una atmósfera diferente. Hay un momento de quien juega con un niño, del que va a esperar, la bronca con no sé quién.
“Lleva como subtítulo Habanera fantasiosa porque este género musical cubano ¿y español? Protagoniza una de las partes principales de la obra y se entreteje la idea central con otras en movimiento, de manera caprichosa”.
Como cierre, el estreno mundial de Rapsodia afrocubana, de Alejandro Falcón, quien nos aseguró desde el piano la orquestación, aunque –resultaba conmovedoramente visible- emociones y sentimientos que afloraban más allá de la posición del creador de una obra que volaba con imágenes de todas las épocas como si reviviera pasajes imprescindibles en la música de sinfónica cubana.
Las palabras del maestro Valera resultan el testimonio necesario de la convocatoria a la imprescindible atención que requiere mantener a la Orquesta Sinfónica Nacional como parte del patrimonio que debemos preservar en la Cultura cubana. Lejos de las interrogantes, los esquemas y las justificantes sin respuestas o demoradas, que obligan a realizar los ensayos en la Avellaneda del Teatro Nacional por no contar con una sede propia. Por no hablar del necesario transporte imprescindible para una orquesta que nos representa a todos.
“Soy programado cada tres años y ahora tengo 85. No sé si dentro de ese tiempo pueda dirigir, si mi mente puede hacerlo. Debo agradecer al Festival de Música Contemporánea, de lo contrario no lo haría nunca.
“Me propuse compartir un concierto de música cubana de principio a fin. He querido comenzar con la obra de José White y terminar con la de Alejandro Falcón. ¡Qué casualidad! White del siglo XIX y Falcón del siglo XXI. Seguimos teniendo compositores jóvenes y gente muy talentosa que siguen haciendo música. Es un privilegio. Soy profesor desde que me gradué a los 17 años en la Escuela Normal de Maestros. Me gusta aportar a los nuevos al igual que lo hicieron los fundadores de esta Orquesta cuando nos apoyaron a nosotros.

“Pongo mi batuta al servicio de los nuevos compositores. Soy uno de los directores que más obras de maestros jóvenes ha incluido en su repertorio. Me hice un proyecto personal: Los sinfónicos pinos nuevos y es algo de lo cual hemos querido compartir con ustedes”.
Realmente este tríptico de estrenos mundiales merece ser incluido entre las nuevas joyas de la música sinfónica cubana.
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