“Sábanas blancas no tiene límites, no sé cuándo se acaba. No es una canción ideológica, es una canción de amor”, afirmó el cantautor. Foto: Marian Eugenia Serrano Estepa

En la década de 1960, el Barrio Obrero, del municipio capitalino de San Miguel del Padrón ofrecía un panorama de bailes y tradiciones. Allí creció Gerardo Alfonso, entre la música norteamericana que escuchaba en su casa y los ritmos de las fiestas religiosas que, con frecuencia, inundaban su entorno.
Sentado en el contén de la acera, disfrutaba escuchar leyendas de güijes de los mayores durante los apagones. De niño, soñaba con ser cosmonauta, chofer de rastras o mecánico, sin imaginar que la influencia musical que recibió en esa etapa de su vida marcaría sus propósitos a futuro.

“ Soy autodidacta, así que mi comienzo fue muy temprano. Mi hermana tocaba el piano y mi mamá estudió guitarra. Ella tenía predilección con mi hermana y le compró un acordeón porque confiaba en que sería músico. Cuando salían para la escuela y el trabajo, yo me quedaba solo en la casa y disponía de todos los instrumentos. De esta forma, intentaba reproducir las melodías que escuchaba por la radio”.

Al iniciar sus estudios en la Secundaria Básica Guido Fuentes, en el municipio habanero del Vedado, creció su interés por la música. Allí aprendió a tocar guitarra con sus compañeros de escuela. “ Nos aprendíamos todas las canciones que transmitían por las emisoras norteamericanas y las compartíamos en el parque de 21 y Paseo”.

Luego, descubrió los temas musicales de Silvio Rodríguez. Canciones como Fusil contra fusil y Un hombre se levanta, le sirvieron de inspiración para adquirir habilidades con la guitarra. Lo mismo le sucedió con la obra de Ernesto Lecuona. “ La necesidad de reproducir esa música me permitió aprender y desarrollarme, al punto de que yo pensaba que sería un guitarrista clásico”.

“ Un día, Leo Brouwer llevó a su hija a la consulta de mi mamá, que era pediatra. Ella aprovechó y le contó sobre mis inquietudes musicales. Entonces, él fue a mi casa, le gustó mi forma de tocar y me regaló una guitarra. Le pedí que me diera clases, pero no él no tenía tiempo para eso. Me recomendó a una profesora, que nunca fui a ver porque vivía en La Víbora y eso para mí era muy lejos”.

Cuando terminó décimo grado, no contaba con la posibilidad de entrar a una escuela de música porque para lograrlo debía tener una preparación desde edades tempranas. Por eso, en 1975 comenzó a estudiar Electroenergética, en el Instituto Politécnico Juan Manuel Castiñeiras. “ Allí trabajé con un grupito de músicos obreros de la fábrica de cemento René Arcay, en el Mariel. Ellos tocaban canciones de Los Pasteles Verdes y me buscaron a mí para que tocara el órgano”.

“ A fines de 1970, la Nueva Trova alcanzaba gran popularidad en la juventud cubana. El Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC había proyectado su música en documentales y materiales cinematográficos. Por tal razón, en 1979 me presenté a las audiciones junto a Carlos Varela, para formar parte del Movimiento y quedamos como candidatos. Al año siguiente volvimos a audicionar y entramos al Movimiento de la Nueva Trova. A partir de ese momento, comenzó otra etapa de mi vida”.

-¿Sus padres lo apoyaron en su decisión de ser cantante?

No. Mis padres se separaron cuando yo era pequeño. Ninguno de los dos pensó que podía ser artista. No hubo mucho apoyo porque de niño, debí haber estudiado en una escuela de música y no fue así. Al entrar a la Nueva Trova y empezar a componer, los fui convenciendo, pero resultó difícil. Me gradué de Técnico Medio, trabajé en casi todas las termoeléctricas de Cuba, hasta que decidí estudiar Derecho por el curso para trabajadores. Suspendí una materia y me rendí. Cuando estaba dispuesto a sentarme en una esquina a cantar con una jícara al lado a pedir limosna, mi mamá me decía: “Toca la guitarra que tú quieras, pero tienes que trabajar”.

Toqué muchas puertas en los centros de trabajo y fui estibador de cajas de muerto en la funeraria de Zanja, ayudante de albañil en Servicios Necrológicos, y notificador del decreto-ley 27 del Poder Popular de Centro Habana. Allí entregaba las citaciones de multas a las casas por las infracciones de ese documento, relacionado con el ornato público, donde está contemplado que no se debe colgar sábanas en los balcones, ni poner macetas por encima de las rejas, ni pintar las fachadas de los edificios de otro color. En esa etapa, muchas imágenes quedaron en mi subconsciente y luego me sirvieron de inspiración.

Durante los años 1980 y 1983, los integrantes del Movimiento de la Nueva Trova ofrecían conciertos en unidades militares, escuelas y centros de trabajo. “Tenía un nivel de informalidad, pero para mí siempre era como tocar en un estadio. Muchas veces, las actividades coincidían con el horario de salida de los trabajadores. Una vez, me quedé solo en el escenario. Al grito de: ' Llegó la guagua ', todos se fueron” .

-Desde 1980, pertenece al Movimiento de la Nueva Trova, aunque con su música ha fusionado diversos géneros musicales. ¿Cuánto ha influenciado su obra integrar este movimiento?

El Movimiento me ofreció una pauta estética. Antes de entrar, no estaba muy interesado en la poesía, ni tan comprometido con el arte cubano. Tenía los ritmos de mi país en las venas, pero no me importaba porque estaba poseído por la música anglosajona y el rock and roll. La Nueva Trova me mostró el camino de la canción con un lenguaje poético y formas musicales auténticas.

-Creó dos ritmos musicales: el Guayasón y el O´changa. ¿De qué fuentes artísticas se nutrió para hacerlo?

Ambos géneros surgieron en 1983. En aquel momento, numerosas agrupaciones recreaban la música andina. Esas referencias, unidas a los ritmos campesinos y afrocubanos, se fueron condensando en mí. Un día, comencé a tocar una cadencia diferente con la guitarra y así nació el Guayasón. El primer tema que compuse con ese nuevo ritmo se llamó La ilusión, y el segundo fue Aquí cualquiera tiene, al año siguiente.

Una madrugada de 1983, soñé con una música asimétrica, que tocaba en una carroza y la gente iba arrollando detrás de mí. Al despertar, recordaba la melodía. Empecé a tocar aquella canción y la nombré como en mi sueño: O´changa. Pensé: ' Este es un género nuevo'. Hubo artistas que me recomendaron no meterme en eso porque ya era suficiente con el Guayasón. Eso me frustró, me reprimí, pero siempre conservé la posibilidad de hacerlo. Entré por el aro, hice la música que generalmente se hace y de ahí salieron canciones como Yo te quería María, Paranoico y Sábanas blancas. Creo que la influencia del O´changa viene de la música oriental, árabe y turca, que tiene una cadencia muy extraña”.

-¿Qué aspiraciones tiene con ambos géneros musicales? ¿Cómo le gustaría que el público los acoja a futuro?

Quisiera realizar los discos. Tengo dos materiales de Guayasón, pero ninguno está pensado para bailar, sino con el objetivo de decir. Uno se llama A orillas del mar y el otro, La cima. Con estas producciones quiero que al sentir la música, al público se le mueva el pie y el ritmo les provoque levantarse del asiento a bailar. Eso quiero lograr con ambos géneros. Para ello necesito hacer buenas canciones y grabarlas. Todavía estoy a un setenta por ciento de llenar el vaso.

Mi gloria será el día en que esos géneros que creé sean de utilidad popular. Hasta ahora, estoy cantando eso, la gente que más o menos lo conoce, lo disfruta, algunos medios hacen referencia a esos ritmos, pero todavía no forman parte de la cultura cubana como el changüí o la música popular que ya la gente identifica. El día que eso suceda, seré la persona más feliz del mundo, aunque está ocurriendo paulatinamente y no me doy cuenta.

-Con sus canciones ha recorrido Cuba y también ha llevado su música a otros países como Argentina, Chile, Colombia, Panamá, Venezuela, España, Suecia, Alemania, Francia e Italia. ¿Qué es lo que más disfruta de esos viajes y conciertos?

Muchos de esos viajes han estado ligados con causas solidarias e ideológicas. Me encantó las personas que conocí, la aceptación que tuve y poder visitar esas ciudades. Todo me parecía monótono hasta que fui a Estambul, Turquía. Allí me fasciné con la música, las mezquitas y la cultura. La relación con las personas en varias partes del mundo me hizo querer el lugar y escribir canciones.

A veces, la solidaridad queda un poco abstracta, aunque agradezco todo lo que hemos hecho. Yo hubiera preferido ser un artista de mercado, con un pensamiento igual, pero que mi carrera fuera comercial, donde pudiera ganar dinero con lo que hago y entregarme a la solidaridad únicamente por el acto de ser solidario, no por la posibilidad de adquirir bienes materiales o de viajar.

-Cuando está fuera de Cuba, ¿qué es lo que más extraña?

Yo amo a La Habana, a mi familia, a mis hijos y a mi esposa. Antes de tenerlos a ellos, ya sentía nostalgia por mi ciudad. Mientras estoy fuera del país, no tengo la seguridad de qué es lo que extraño, pero siento que me falta algo. Tengo mucha aprehensión con La Habana y la padezco mucho, como tantas personas que desgraciadamente están sufriendo las consecuencias del deterioro. Cuando veo que se cae una casa o que algo está sucio, me molesta, me duele, reacciono con mucha pasión y quisiera cambiarlo.

-En 2012 tuvo lugar el lanzamiento de “Sábanas blancas y otras canciones. Antología 1980-2012”, y en el 2013 publicó su autobiografía titulada “Son los sueños todavía”. También, tengo entendido que en estos momentos se encuentra en proceso un libro sobre La Habana. ¿Puede hablarme de este proyecto?

El libro lleva tres años en proceso. En 2018 me dijeron que no había papel para publicarlo. El volumen es una antología de canciones dedicadas a La Habana. Tiene alrededor de 480 temas musicales de todos los géneros, países y épocas. Traté de abarcar desde una de las primeras habaneras compuestas en Cuba, hasta el último compositor joven que le hizo una canción a La Habana.

Tuve la oportunidad de acceder a la web de la biblioteca de la Universidad Internacional de Florida (FIU), en Miami, y acceder a la colección más grande de música cubana. De ahí extraje canciones que no sabía que existían. Al sumarlas, el libro excedía las 600 páginas. Además, quería hacerlo ilustrado con fotos de los artistas y paisajes de la ciudad.

Todo eso implicaba que la hoja debía ser de un material más costoso. Entonces, el precio no sería asequible para todas las personas. La editora Unión, que me iba a publicar el libro, me sugirió hacerlo con fotos en blanco y negro y con un papel de otra calidad. No quise que las imágenes se estropearan con esa impresión, y acudí a Ediciones Boloña, en el Casco Histórico. Ellos se encantaron con la idea y quince días después, renunciaron a la propuesta de editarlo. Entonces, el libro está ahí, esperando la forma de publicarlo.

-Su obra ha llegado también al cine y a la televisión cubana con la banda sonora de filmes y programas. ¿Tiene alguna anécdota de las grabaciones de las películas donde ha actuado?

He actuado en tres películas con dos papeles secundarios y uno principal. La primera que hice se llamaba Hoy como ayer, del director cubano Rapi Diego y coproducción mexicana. Yo interpretaba al amigo de un muchacho que quería ser como Benny Moré. En aquel momento, tenía los drelos. Estábamos filmando por La Habana Vieja, cerca del restaurante La Cabaña, cuando viene una señora y me dice: ' Mijito, ¿qué están haciendo aquí? '. Le respondí: ' Estamos filmando una película '. Me preguntó sobre qué trataba, le comenté que era sobre Benny Moré y me dijo: ' Ah, pues eso no sirve porque en aquella época no había gente con el pelo así como tú '. Traté de explicarle y no hubo forma.

En el filme La risa de Ochún, interpreté al novio de una alemana que venía a Cuba a investigar sobre los Orishas. La película se hizo con 300 mil francos alemanes, que para ellos era un presupuesto muy bajo. El filme se transmitió en el Canal Arte, de Alemania y Francia. No fue nada del otro mundo, pero la pusieron en España y el trovador Boris Larramendi, me dijo: ' Oye, te vi en una película, pero estabas hablando con la z ', porque la habían doblado. Se suponía que eso me iba a generar un ingreso tremendo, pero el dinero se perdió en el éter o alguien lo cogió, no sé, esas cosas pasan.

-¿Es un hombre de fe?

Tengo fe, pero no religiosa. Soy romántico y crédulo. Creo mucho en el mejoramiento de las personas. Eso me vuelve paranoico en ocasiones, pero confío en los demás. Creo en los discursos que me convencen. A veces es un poco ingenuo, pero de esa cimiente salen las canciones. Es un terreno fértil que tengo dentro, en el espíritu. Lo imagino como si fuera de musgo o líquenes. Si el terreno se seca, no sirvo para más nada. Prefiero tener esa ingenuidad, no importa si me equivoco.

-Ahora le diré unas palabras. Respóndame con una frase qué significa cada una para usted.

Música: “El centro. Mi columna vertebral”.
Cultura: “Un buen camino para transitar”.
La Habana: “El útero que me guardó”.
Familia: “Los que me sostienen”.
Amigos: “Muy pocos y constructivos”.
Público: “Un dragón de mil cabezas. Te aman en tanto complazcas sus exigencias. De no ser así, te ignoran”.
Cuba: “Mi país, con una cantidad de problemas, pero mi país”.

-Usted participó en el año 2019, en el concierto especial por el Aniversario 500 de La Habana. ¿Cómo recuerda ese momento?

Fue tremendo. Hice dos presentaciones y un concierto en el Teatro Martí, que en aquel momento lo cuidaban como oro. He compuesto muchas canciones dedicadas a La Habana, creo que eso me autorizó a tocar allí y fue magnífico. No sé para los demás, pero para mí ese concierto donde canté Sábanas blancas en el Capitolio marcó un antes y un después en mi trayectoria y en la historia de Cuba.

La versión que interpreté de ese tema fue tan emocionante que todo el público se levantó a bailar. Para mí ha sido una gloria y se lo agradezco a la canción y a La Habana. Sábanas blancas no tiene límites, no sé cuándo se acaba. No es una canción ideológica, es una canción de amor.

-¿Cómo fue el proceso de creación durante la cuarentena?

Yo tenía mucho miedo. Estaba pendiente de las noticias y era muy triste. Ahora siguen los casos, algunas personas usan nasobuco, otras no. No entiendo cómo es este final de la pandemia, pero en aquella etapa de cuarentena, donde parecía inevitable la muerte, no podía componer una canción. Después intenté crear algo, pero para mí era muy delicado y terrible escribir sobre la pandemia.

-Sus hijos, Diego y Tobías Alfonso, han heredado el amor por la música. El 9 de julio de 2022 ofrecieron un concierto con usted, en el cual cantaron los tres juntos en un escenario por primera vez. ¿Cómo vivió esa experiencia? ¿Qué sintió?

Eso fue en el lanzamiento del documental Sueño de isla, de Rolando Almirante. Como mis hijos participan en el material, quise incluirlos en el concierto de promoción. Tobías es un genio. Tiene una capacidad enorme de asimilar todo, hace unas canciones preciosas, arregla y produce discos a sus amigos.

Es un músico completo y sus resultados son increíbles. Diego, el más chiquito, tenía vocación por la pintura, pero no pudo entrar a San Alejandro. Durante la cuarentena aprendió a tocar guitarra por videos de Internet y lo hace como un profesional. Con esos dos muchachos, no puedo estar más orgulloso en el sentido de la música. El concierto fue fabuloso. Al público le encantó y a nosotros también. Además de acompañarme en el escenario, ellos tienen sus propios sueños. Tobías creó una banda y siento que ya no tengo nada que aconsejarle, yo lo apoyo.

-Al buscar información sobre sus nuevos proyectos en las plataformas digitales, podemos comprobar que es bastante activo en su cuenta de Facebook…

Un poco. En las redes sociales últimamente me he dedicado a felicitar a la gente por su cumpleaños, pero tengo nuevos proyectos que comparto por mis cuentas digitales, como un disco que se llama La ruta del esclavo. Llevaba diez años tratando de grabarlo y el pasado año conseguí terminar el proceso de edición. Fue financiado por la UNESCO. Hicimos un lanzamiento muy lindo en agosto de 2022, pero tú no ves el disco por ninguna parte, ni en las plataformas digitales, ni en las tiendas, ni los temas salen en la televisión. Ya estoy cansado de estas batallas. El mérito está en que lo hice.

El director de radio Helson Hernández realizó unos conciertos llamados Bel Canto, dedicados a Pablo Milanés, Silvio Rodríguez, Santiago Feliú y otros artistas. Con él hice una presentación en la basílica de San Francisco de Asís. El evento consiste en que los cantantes líricos interpretan la obra de los trovadores. Para mí lo más importante es que mis temas en sus voces tienen otra dimensión. A la vez, el canto lírico se enriquece con un repertorio inédito. Muchas personas descubrieron letras de mis canciones en ese concierto y fue fabuloso.

-Sé que tiene una mascota y le gustan los animales. ¿Quiere compartir alguna anécdota con su perro?

Sí. Mi perro se llama Moncho. Luego de cumplir un mes de nacido, comenzó la pandemia, en 2020, y estuvo siete meses sin salir de la casa. Cuando lo saqué a la calle por primera vez, pensaba que nosotros éramos los únicos seres humanos del mundo. Se impresionaba al ver la hierba, los árboles y las personas. Ahora tiene tres años y todavía no tiene noción del tránsito. Le teme a todos los animales y no deja de ladrar cuando va alguien a la casa.

-¿Cuánto ha cambiado para usted la ciudad desde que compuso la canción Sábanas blancas, en la década de 1990, hasta la actualidad?

Mucho. A veces pienso que esto no es por lo que voy a morirme de amor y de ganas. Lo que veo, en ocasiones, me hacen pensar así, pero es más esencial que eso. Hay cosas más hondas que debemos defender y sacar de la raíz. La Habana es el sitio donde tuve a mis hijos, estudié, hice mi carrera y tengo mis amistades. Es todo.

-¿Todavía hay sábanas blancas colgadas en los balcones?

Sí, violando el decreto-ley 27.

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