Entre la arrasadora cotidianidad hay hechos, espacios que rompen la inercia abriendo el diálogo entre peatones, los que escapan de las colas y quienes corren diariamente al trabajo.

Promesas, serie televisiva que hace poco tiempo asombró a no pocos espectadores nocturnos de la pantalla chica, retumba de boca en boca con diversidad de criterios pero afrontando una irreversible popularidad.

Cada capítulo con una idea, una circunstancia, un testimonio contemporáneo, retratos irreverentes y sobrios de nuestra sociedad. En su más reciente entrega titulada Guille, para mí una de las más relevantes, desempolva un tríptico familiar que pone ante el lente la historia de vulnerabilidad de tres hombres de generaciones sucesivas: abuelo, padre e hijo. Este capítulo resalta, escapando más allá, no por mostrar la trillada imagen del rol masculino en nuestra sociedad y sí por desprenderse del juego patriarcal esbozando personajes sencillos envueltos en conflictos que mueven a un cambio necesario.

Así la ficción se engalana con reflejos de realidades nacionales; el abuelo diabético que al final arregló el techo para que no le caiga a su familia en la cabeza, la vida del profesional que se dedica a los bicitaxis, el
pequeño que debe escoger entre hacer la tarea y preparar la comida...

Promesas no se pierde en soluciones ni didácticas empresas, narra en cada emisión problemáticas poco exploradas sobre salud mental, diversidad y otros conflictos que desde la psicología humana se presentan. Continúan destacando las actuaciones en la medida justa, la dirección de arte y la banda sonora con la que se completa un producto audiovisual perfectible en temas de dramaturgia, pero que representa un paso adelante para nuestra televisión.

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