Pese a prevalecer durante los gateos iniciales de nuestras Aventuras, apropiarse de connotadas obras literarias no devino la estrategia exclusiva de aproximación a la corriente dentro de la televisión en la Isla. La capa y la espada, el arco y la flecha, la eterna exaltación de la heroicidad que hacen su ascendencia, lograron deslindarse también, esporádicamente, de la pura evasión, el vértigo por lo exótico o el fortuito escapismo.

En la Cuba del siglo XX el contexto hizo más que nunca al texto, una circunstancia que tuvo resultados dispares -como veremos-, pero al menos ayudó a burlar el estatismo y la rigidez de las convenciones de dicha vertiente.

Tampoco los intercambios entre medios de expresión constituyen un sesgo per se. Desde esos mayormente mecánicos ejercicios de adaptación, surgieron series que consolidaron la naciente industria televisiva, la carrera de actores con fogueo previo en la radio, o de realizadores que exploraban entonces las potencialidades discursivas del audiovisual.

Títulos como Samarkán (Sirio Soto, 1954) -protagonizada por un novísimo Enrique Almirante-, La isla del tesoro (Antonio Vázquez Gallo, 1963) o Robin Hood (Silvano Suárez, 1964) devienen ilustrativos al respecto.

Paralelamente sirvieron de puente hacia el descubrimiento y la divulgación de un legado literario nada desdeñable, incluidos textos de autores de altos quilates como Julio Verne o Emilio Salgari, por citar algunos.

Quizá el salto de mayor valía en este periodo haya sido el concretado ya en el ocaso de los años sesenta de la pasada centuria, cuando la popularísima Los vikingos (Erich Kaupp, 1967) abrió paso a Los mambises (Antonio Vázquez Gallo, 1969) que aterrizó de golpe y con éxito los enunciados del género en el universo de las guerras de independencia.

Las políticas en torno a la producción cultural y mediática ya habían dado un giro relevante tras el triunfo revolucionario e incidido con fuerza en la programación televisiva y sus contenidos.

Difícil será, sin embargo, desligar este cambio conceptual implícito en el estreno de Los mambises -y posteriores propuestas-, de las entonces cercanas demandas a la producción artística que abrirían la década del setenta, alentadas más que todo por el Primer Congreso de Educación y Cultura. Sus debates sobre la necesidad de potenciar las creaciones audiovisuales con temática histórica, impusieron a la postre una cierta hegemonía del recurso a partir de 1971. Una circunstancia muy atendida e investigada en el entorno del cine nacional, pero de escaso estudio en lo referido al universo televisivo cubano.

Ese llamado del cónclave a un más exhaustivo enfoque marxista del arte, además de estimular la novedosa selección de temáticas, pudo haber constituido el germen también dentro del espacio Aventuras de puntuales reescrituras o interpretaciones maniqueas o no del todo rigurosas de clásicos literarios, referentes culturales o contextos geográficos ajenos al nuestro, espacial y temporalmente.

No se trató de que tal mecanismo careciera por sí de valor, tan solo de que en ocasiones su apresurada articulación restó dosis de verosimilitud dramatúrgica a los libretos. Igual se moviera en la corte europea de Luis XVIII, el Perú del siglo XVI, o la Turquía de inicios del XX, al héroe romántico clásico se le trató de introducir -no siempre eficientemente- en los moldes del héroe proletario o el rebelde insurrecto. En esa cuerda, muchas líneas de diálogo dispensadas por los personajes con aspiraciones a centrar un punto de vista dentro de las tramas, podían desentenderse por instantes de su psicología y circunstancias históricas concretas para proyectarlos como contemporáneos letrados a la hora de evaluar la realidad económica, política y social del mundo fictivo que habitaban, desde una distancia imposible e increíble.

No obstante, de tales gestos otras obras sí ganaron dosis significativas de actualidad, jugaron a dialogar con su época de gestación, difundieron lo más trascendente de nuestra Historia Nacional o Universal y siguieron promoviendo valores éticos e ideales de justicia de alta importancia para el sector infanto-juvenil al que siempre apuntó el programa.

Ejemplos significativos de esa etapa podrían constituir Tupac Amaru (Raúl Pérez Sánchez, 1971), Los comandos del silencio (Eduardo Moya, 1971), Puerto Rico libre (Eduardo Moya, 1975) o El mambisito (Erich Kaupp, 1980).

De los años posteriores hasta el presente inmediato el género permanecería encarnando momentos de esplendor o de confesa debacle que intentaremos diseccionar en la próxima y última entrega de la serie.

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