A Nomadland no la dejan reinar en paz. De nada le sirve haber sido seleccionada por la Academia norteamericana de cine la Mejor Película del Año hace poco más de una semana, ni que la escolten su comparsa de premios internacionales en prestigiosos festivales cinematográficos, incluido un Oscar para su directora china Chloé Zhao, la cual marca un hito no solo por su nacionalidad: constituye el segundo en llegar a manos de una fémina en toda la historia del evento.
Los elogios a su anticonvencional estilo narrativo, la introspección del discurso, la veta cuasi documental que deriva del interés por colocar sobre la mesa una realidad soterrada (el llamado "nomadismo moderno estadounidense") están siendo opacados por el reproche a un supuestamente poco explícito posicionamiento político de la obra.
La anécdota no podía ser más escueta: una mujer madura llamada Fern (muy rústica y directa -como la propia naturaleza del personaje- esa alegoría del nombre que en inglés significa "helecho"), víctima como muchos de la explosión de la burbuja hipotecaria que coadyuvara hacia 2008 un número alucinante de desalojos en "el país de las oportunidades", deambula con la caravana rodante que le sirve de techo por zonas semidesérticas buscado mantener un básico sustento con empleos eventuales.
Paralelamente traba relaciones con personas que han hecho de similar y atípica circunstancia un particular estilo de vida. En tales términos esta señora viuda va dibujando su travesía hacia un paraje físico y espiritual primigenio, a la vez que sustituye aquel culto a la ganancia y la posesión que parece estar en la raíz del sistema, por una filosofía de la existencia con apenas las ataduras físicas y emocionales estrictamente imprescindibles.
Inspirado en el texto País nómada: supervivientes del siglo XXI, de la periodista estadounidense Jessica Bruder, una investigación de cerca de tres años por 24 000 kilómetros de carretera, el filme reproduce no ya el extravío ni el desamparo, sino la manera heroica en que esa nueva raza de desheredados construye su emergente identidad y resuelve su orgullo tras un periodo de recesión económica que termina convirtiendo a una parte nada desdeñable de la fisonomía de dicha nación, según la autora el libro, en "un aparcamiento gigantesco".
Se sobrentiende que antes de la mirada apolítica de la Zhao se impone el posicionamiento escéptico y el viaje a contracorriente de cualquier activismo social del grupo bajo la lente.
Nomadland habla de un éxodo contemporáneo no sólo de un territorio físico, sino de un orden político y un concepto moderno de ciudadanía desde los cuales algunos no logran divisar las bases de la realización ni de la felicidad humanas.
Dilemas ontológicos y crisis sistémicas mediante, la película lo que sí no disimula es su interés por un sujeto actual que reniega de su carácter revolucionario, ortodoxamente entendido, y responde a la irracionalidad del orden que lo segrega, con el repliegue, el viaje interior y la resiliencia antes que con la voluntad de enfrentamiento y de cambio.
La pregunta del millón de dólares sería: ¿Nomadland y sus responsables describen o suscriben dicha perspectiva de los protagonistas?
Dejamos colgada la interrogante que ilustraría, asimismo, la disyuntiva entre un cine apenas contemplativo y ese otro añejo y eternamente necesario de denuncia, en función del cambio social.
A fin de cuentas, de estas incógnitas y ambivalencias se nutre también el buen arte. Y de "Arte", nadie lo dude, estamos hablando.
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