No fue a Angola. Tenía todas las vacunas y la mochila lista. El jefe le denegó la misión. “Tu guerra está aquí, si marchas ¿quién descifrará los mensajes que llegan?, ¿imaginas el tiempo que hay que emplear en alguien para que adquiera tus conocimientos?”
Por una carta que –un día– solicitó le redactara, supe que este hombre guarda con celo las medallas de miembro del Ejército Rebelde, las de 20,40 y 60 años de las Far, la José María Pérez del Ministerio del Transporte, sellos de donaciones de sangre…, entre otros reconocimientos.
Sonríe. Hace una pausa en su parco hablar, como si no encontrara las palabras que descodifiquen sus pensamientos. Un vendedor callejero interrumpe la charla en la cual pretendo develar la vida de este vecino, quien dice; mientras hurga, sabe en qué sitio de su memoria, una lejana época de su niñez, adolescencia y juventud: “Me duele ver a estos jóvenes que interrumpieron la superación. Cuando llegué en la Caravana de la Victoria no tuve esa visión. Regresé a Songo la Maya, mi terruño… De haberme superado sería otro”.
SUS INICIOS COMO REVOLUCIONARIO
Rafael Borges Rodriguez a los 18 años se incorporó con los amigos del barrio a la lucha clandestina. Se movía en las localidades de Santa María, Resbalón, Genoveva (actual provincia de Guantánamo) para infiltrarse entre los desafectos a la guerrilla y propiciar la captura; a la vez que fungía como guía para quienes llegaban interesados en incorporarse al Segundo Frente Oriental Fran País.
Su familia, Borges Rodríguez, elaboraba cocteles molotov, cortaba pedazos de hierro para hacer más efectivos los cartuchos que fabricaban, cosían brazaletes. Por ser su cuna de prestigio en la zona un día que conducía un arria de mulos con víveres para la guerrilla logró salir ileso porque el guardia del ejército de Batista que conocía a sus padres, lo salvó.
UN SER ESPECIALMENTE SERVICIAL
Alguien toca a la puerta, se interrumpe esta entrevista. Una vecina pide un poquito de puré de tomates y él, solícito, lo ofrece. Y es que Borges o Rafael –como casi siempre le llaman– es de los que tiene además, un sembrado y reparte entre vecinos: plátano burro, aguacates, platanitos frutas, porque asegura que “disfruta
de una familia que no le da dolores de cabeza. Todos estudiaron, tienen un camino seguro”, y ahora que vive
solo, por su viudez, no quiere aburrirse: cultiva y trabaja como custodio algunas noches.
Le recuerdo el día que recién mudada en el edificio indagaba sobre algún donante de sangre y él con su
sonrisa habitual dijo: “Yo di 68 donaciones”.
Y LLEGA A LA VIDA CIVIL
En 1977 se incorpora la vida civil, pero en su historia personal está el haber pertenecido a columna 17 del
Segundo Frente oriental donde estuvo bajo las órdenes del capitán Filiberto Oliveras. Ha pasado cursos de especialista en equipos de artillería, trabajó en una base de cohetes en una localidad llamada La Salud del municipio de Quivicán, actual provincia de Mayabeque, de la entonces provincia de La Habana. Fue Guardafronteras y ocupó otras responsabilidades.
Observo a este vecino, a quien comencé conocer el día que solicitó le redactara un carta y de quien estoy
segura no muchos conocen esa trayectoria que lo distingue entre miles, aunque no la ostenta porque lleva dentro el decoro… Regreso, comienzo a teclear, al rato de llegar a mi casa. Tocan la puerta, es Borges.
“Ana estos platanitos eran para que merendara en casa y los olvidé”, disculpa. Solo sonríe.
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