Cuando el 13 de agosto de 1926, a las dos de la madrugada, en la inmediaciones de Birán –actual provincia Holguín- naciera el tercer hijo del matrimonio formado por la pareja de Ángel Castro y Lina Ruz, nadie imaginó que trascurrido unos años, aquel “niño vigoroso, de 12 libras de peso” a quien nombraran Fidel Alejandro, cambiaría los destinos de una Cuba, que parecía condenada a la oscuridad eterna.

Porque, a no dudarlo, Fidel ha sido guía y alma inspiradora de esta Isla, en los últimos 13 lustros. Y aunque detractores y adversarios se han esforzado (inútilmente) en empañar la descomunal talla política y extraordinaria dimensión de líder que alcanzó, para desmentirles aquí está perdurable la Revolución, que bajo su guía hiciera y edificara el pueblo, que guiara y guía; y todavía se estremece cuando la radio o la televisión, nos devuelven su voz y sus imágenes, y le sigue, confiado, como hacen los hijos buenos que se saben dignos herederos del padre ejemplar, devenidos encarnación viviente de la utopía posible.

Fue el Che de los primeros en percatarse, en fecha tan temprana como agosto del 1964. Y no quiso perder la oportunidad de proclamarlo: “...Si nosotros estamos hoy aquí y la Revolución cubana está aquí, es sencillamente porque Fiel entró primero en el Moncada, porque bajó primero en el Granma, porque estuvo primero en la Sierra, porque fue a Playa Girón en un tanque, porque cuando había una inundación fue allá y hubo hasta pelea porque no le dejaban entrar. Por eso nuestro pueblo tiene esa confianza tan inmensa en su Comandante en Jefe, porque tiene, como nadie en Cuba, la cualidad de tener todas las autoridades morales posibles para pedir cualquier sacrificio en nombre de la Revolución”.

En lo particular, no tengo la menor duda de que en Fidel como José Martí, Héroe Nacional, la Revolución tiene una de sus mayores fortalezas, en tanto, las ideas que ambos defendieron y la genialidad y ejemplaridad con que lo hicieron, jamás perderán vigencia.

Los cubanos veneramos y sentimos orgullo de quien renunció a las comodidades que le prometía una promisoria carrera de abogado y se entregó a conquistar y consolidar la independencia de su Patria y a dar batalla a favor de las causas más justas de la humanidad. También nos ufanamos de la Revolución que lideró, y despierta la admiración del mundo.

De ahí que, a pesar de la resistencia a los homenajes de quien vivía convencido de que toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz, Cuba hoy –en el octavo aniversario de su partida al lugar reservado a los gigantes, en la distancia- le reverencia con el más entrañable de los gestos. Y en el homenaje se nos suman los más puros de otras latitudes, con la certeza de que luchar por hacer viable el mundo que él soñara –el único posible y aceptable- es la reverencia que hubiese preferido.

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