Decía Graham Greene -escritor, guionista y crítico literario británico, de mucho mundo- que el pan y no otra cosa, si de olores se trata; la sal, a la hora de establecer los sabores, pero cuando de amores se habla, entonces, nadie mejor que los niños.
Y es que los fiñes siempre han sido como llaves mágicas, capaces de echar abajo puertas, dogmas y resentimientos, aunque aun así, desde el poder (político y financiero), mal ponderados y relegados, se vean precisados a lanzar un S.O.S por una mejor existencia -la que merecen-, sin que nada parezca indicar que se les escucha.
Los chamaquiles son ingenuos y agudos a la vez. Y lo son tanto, al punto de hacerles sentenciar a Antoine Saint-Exupery, el de El Principito, que “…los niños han de tener mucha tolerancia con los adultos”.
A pesar de esas y otras muchas razones, el universo sufre por ver sus caras tristes, los rostros de la niñez envejecidos prematuramente. Quizás, ahora mismo, la franja Gaza, sea el lugar más indicado para encontrar la huella más desgarradora del alma de la niñez. Lamentablemente, dolorosos ejemplos abundan en otros muchos lugares.
Pululan, como perros sin amos, por las calles de cualquier ciudad de Latinoamérica, menos en Cuba. El dolor anida lampiño y párvulo en las favelas brasileñas, los grandes basureros de la argentina, en las minas peruanas, víctimas, digamos por exponer solo un botón de muestra, de la violación y el robo de órganos.
Increíblemente, también hay niños indigentes en la glamurosa Europa, e incluso, hasta en Estados Unidos, lo cual no le impide levantar otra vez su dedo acusador apuntando hacia nuestra Isla.
Nos venden las imágenes que quiere que nos hagamos de ellos. Recrean en la televisión un mundo virtual que incentiva el egoísmo y la gula en los niños ricos y una tonta esperanza en los hambrientos. E incluso, hay otros más desdichados que no tienen la oportunidad de ver ese mundo idílico ni siquiera en vidrieras.

Para los niños cubanos también la existencia se ha tornado difícil. Falta o cuesta mucho trabajo poner en sus manos esto o aquello, pero, a pesar de tantos tropiezos y carencias, tienen la garantía de lo esencial y no han dejado de gozar de todas las prioridades.
Deshacer entuertos y derribar molinos. Darlo todo frente a cada reto. De eso se trata. A ello nos conmina cada llegada del amor inmenso a este pedacito de tierra, donde el más grande de todos sus hijos enseñara, que nada puede ser más importante que un niño.

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