En la guagua, atestada, para no cederle el asiento a una mujer, un hombre esgrimió un argumento que dejó boquiabierto a más de uno: “no querían ser iguales que nosotros, entonces, siga de pie”.
Es una arista de un fenómeno social que llevará tiempo transformar, porque borrar prejuicios, estereotipos, desigualdades y formar nuevas identidades, lleva un cambio cultural que no transcurrirá suavemente, ni por decreto. Demanda lucha y deseo personal para ese cambio.
Y no se dará fácil, cuando implica ceder terreno para equiparar, a escala familiar y de pareja, desde los roles hasta la toma de decisiones y el respeto y reconocimiento desde las personas de la tercera edad hasta niñas, niños y adolescentes. Las ciencias sociales alertan cada vez con voz más fuerte que, mayoritariamente, al interior del hogar, las familias siguen reproduciendo en la crianza la división sexual del trabajo, aprendida de las generaciones anteriores.
Con ello, conquistas aparte, se perpetúan brechas de género que aun en pleno siglo xxi, atentan contra la autonomía económica, el desarrollo profesional, autocuidado y tiempo libre de las mujeres.
La Encuesta Nacional de Igualdad de Género, de 2016, arrojó que, a la semana, las cubanas dedican 14 horas más como promedio que los hombres al trabajo no remunerado.
Si ellos dedicaban 21:04 horas semanales a lo doméstico y al cuidado, ellas ocupaban en esos quehaceres 35:20 horas.
No es de extrañar entonces que el artículo 4 del futuro Código de las Familias regula los derechos de las personas a la igualdad plena entre mujeres y hombres, a la distribución equitativa del tiempo destinado al trabajo doméstico y de cuidado entre todos los miembros de la familia, sin sobrecargas para ninguno de ellos.
Alcanzar la igualdad sin distinciones por color de la piel, origen cultural, edad, sexo, género, orientación sexual, lugar de procedencia e identidad de género, es una condición para el desarrollo con equidad y justicia social.
En todos los escenarios hay que demostrar, convencer y hacer visibles los vínculos de paridad que favorecen la igualdad de género y el crecimiento económico, la productividad del trabajo, el desarrollo y su dirección, los valores y la igualdad social.
La brecha, además, no se refiere únicamente a la cantidad de horas sino a la calidad de ese tiempo.
MÁS ALLÁ DE LA IGUALDAD DE GÉNERO

Educar desde esta perspectiva significa ir más allá de establecer la igualdad de derechos y oportunidades en cuanto al acceso a la educación y al conocimiento y brindar igual trato para todos.
Respecto a la diferenciación de géneros, una de las consecuencias más frecuentes de este fenómeno es la discriminación y la violencia contra la mujer, entendida como todo acto de agresión contra quienes pertenecen al sexo femenino, que tenga como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la vida privada.
En todos los escenarios hay que demostrar, convencer y hacer visibles los vínculos de paridad que favorecen la igualdad de género y el crecimiento económico, la productividad del trabajo, el desarrollo y su dirección, los valores y la igualdad social.
Y es que las conquistas no invalidan los desafíos pendientes, entre los que se encuentran la necesidad de incrementar la capacitación de los operadores del Derecho y la eliminación de patrones sexistas y discriminatorios, que incluso trasciende a los medios de comunicación.
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Muy bueno el artículo. Es necesario que se continúe escribiendo sobre el tema. Felicitaciones para la autora del mismo