El puesto de mando del polígono de entrenamiento de la gran unidad ha cobrado repentino ajetreo. Se escuchan voces de mando. Como solemos decir por acá: Firme, alto y claro. Ha llegado una alerta y el oficial responsabilizado plantea la misión a los jefes de las dotaciones bajo su mando. Ellos a su vez se lo hacen saber a los integrantes de las pequeñas unidades involucradas, que cada cual encabeza.

Se trata de una emboscada simple de defensa antiáerea. Por la rapidez y destreza exhibida al ocupar posiciones, pareciera que estos jóvenes soldados lo han hecho desde que abrieran los ojos al mundo. Una vez listo todo, cada una de las unidades parte a lo suyo.
Hablamos de una escuadra de tiradores antiaéreos portátiles, los llamados flecheros, quienes no por gusto se han ganado sobrado respeto de los pilotos enemigos. El grupo lo integran además una instalación de defensa antiaérea y dos máquinas de combate: la Shilka, el C-10 y la emblemática Osa-AK, respectivamente, según los entendidos, muy apropiados para el cumplimiento de sus acciones combativas en áreas urbanas.

Con maestría, hombres y medios superan los obstáculos que aparecen en el camino (muros, alambradas…). Ocupan posiciones, y actúan llegado el momento. Al final, el enemigo se quedó con las ganas. Los medios aéreos que violaron el cielo capitalino, con el propósito de golpear objetivos económicos, sociales y militares, fueron aniquilados.


Y cualquiera diría que en un ejercicio combativo siempre perderá el adversario, pero en esta unidad y en el resto de las que completan el sistema defensivo del espacio aéreo capitalino, entrenan y se preparan, a diario, para que la verdad supuesta, además de convicción resulte una certeza, si un piloto loco o hasta mil, osaran quebrantar la azul tranquilidad de la bóveda celeste habanera.
Para ello entrenan muy fuerte nuestros artilleros, conscientes de cuánto esto representa en la asumida como única opción posible: La de garantizar un enfrentamiento exitoso frente a un adversario cuya superioridad resulta abismal.

Y por eso, tanto los jóvenes soldados como los bisoños oficiales, y otros que no lo son tanto, cada jornada o bien van a las aulas, a los simuladores o a los polígonos, con la misma convicción de aquellos recién estrenados artilleros y pilotos revolucionarios, que prácticamente casi con nada, aquel 17 de abril de 1961, hicieron historia, con Girón como escenario, en el primer día de combate contra la invasión mercenaria, aupada y financiada por el imperialismo yanqui, al aniquilar nueve aviones y hundir varias barcazas, para marcar el camino de la victoria y la fecha fundacional (y el Día) de la Defensa Antiaérea y Fuerza Aérea Revolucionaria (DAAFAR).
“Los yanquis se ufanan de tener tantos aviones de combate como para nublar el cielo cubano, y tal vez sea verdad. Pero pretenden ignorar algo que también resulta muy obvio: el arma vale y rinde lo que el hombre que la maneja. Los mambises se encargaron de demostrar con creces que si es un cubano el que lo empuña, hasta una herramienta de trabajo como el machete puede resultar un arma infalible, que meta miedo”.

Eso me dijo Yordán Revé Abrantes, un joven soldado que ingresara a esta unidad hace solo 10 meses, pero quien ya es todo un experto flechero, tal vez no enamorado de la vida militar, pero sí agradecido, en tanto, además de proporcionarle la forma y el medio para defender la Patria, de resultar amenazada, le ha posibilitado ganar en madurez, disciplina, y sentido del colectivismo.
“No soy un santo, pero procuro hacer las cosas bien y comportarme. Quiero acogerme a la Orden 18, del Ministerio de las FAR, a fin de continuar estudios y hacerme de una carrera universitaria. Me gustaría formarme como médico. Eso depende de mis resultados, lo cual, dicho en otras palabras, está en mis manos”.

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