Ni siquiera las restricciones de movilidad y el confinamiento dispuestas en la Isla a tenor de la COVID-19, fueron capaces de ponerle freno a algo tan irracional como los incendios forestales.
Llegado el período seco en la Isla (enero-mayo), también el de mayor ocurrencia de tales percances, con un promedio del 92 % del total cada año, vuelve a prenderse el bombillo rojo y el llamado a la alerta.
Según informaciones de las autoridades del Cuerpo de Guardabosque de la República de Cuba (CGB), durante esta etapa en el 2021 ocurrieron 362 siniestros boscosos, lo cual supera los 320 percances pronosticados por los especialistas (a punta de lápices, cálculos, estudios de probabilidades), aun cuando para entonces, por el peligro potencial que representa la escases de precipitaciones y el aumento de las temperaturas, los efectivos de la institución habían redoblado control, vigilancia y enfrentamiento.
Hablamos de daños a más de 5 000 hectáreas de árboles y 1 226 de herbazales de ciénaga, cuando un solo árbol devorado por las llamas inútilmente tendría que provocar angustia e irritación en el orden personal y colectivo, pero sobre todo movilizar conciencia, a favor de que si al menos no aportamos de manera directa al fomento de áreas boscosas, tampoco seamos de los indolentes que contribuyen a destruir un legado que es vida de nuestros bisabuelos, abuelos y padres, a nuestros hijos, y ellos nos han prestado en custodia, y nosotros, de cara a la propia existencia contraemos la obligación de devolverlo multiplicado.
De ser así, y tiene que ser así porque no hay otra mejor manera de encarar el asunto, de las cuatro posibles razones que pueden desembocar en un incendio forestal (negligencia, natural, intencional y accidental, además de pequeñas cifras, cuyas causas no se llegan a determinar o por su despreciable magnitud no se investigan), se impone cuestionarse cómo es posible que precisamente el comportamiento irresponsable de las personas (quemas no autorizadas para diferentes fines, la caza y la pesca furtiva, el tránsito de vehículos sin matachispas, descuidos de fumadores y transeúntes, y otras) provocaran el 95 % del total de los fuegos boscosos suscitados en la etapa citada.
Pinar del Río, Matanzas, Villa Clara, Camagüey, Holguín, Guantánamo y el municipio especial Isla de la Juventud, fueron las provincias que reportaron la mayor cantidad de percances y superiores perjuicios derivados de ellos.
En el caso particular de La Habana, donde predominan las áreas urbanas por encima de las boscosas (apenas solo el bosque Almendares), es menester apuntar que, esa misma razón, que determina en buena medida que no sea común que, año tras año, el territorio integre la lista negra de los territorios donde el fuego encuentra terreno fácil para hacer de los árboles plato fuerte en su mesa, obliga a cuidar mucho mejor lo poco que en ese orden tenemos, con una eficaz aplicación el Sistema de protección contra incendios forestales, del CGB, y sus acciones de prevención, control y sofoco, además de las investigaciones y capacitación, como parte de la estrategia de alcance nacional, puesta en práctica desde el 2018 y las proyecciones hasta el 2025.
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Vivo en colombia, en la ciudad de Bogotá. Una ciudad con dos ciclos de lluvia y dos secos mas bien soleados. Las montañas orientales cerca a la ciudad cuenta con bosques a tres mil metros de altura y mas, son zonas de paramo y por tanto permanecen húmedas. Sin embargo los incendios forestales están a la orden del día. Mirando con atención me doy cuenta que en las zonas en donde el bosque es endémico no se presentan ese tipo de incendios, por el contrario los bosques que se conflagran están compuestos en su mayoría de eucaliptos y coníferas, importados en su mayoría durante la colonia. Les invito a mirar este aspecto, es posible que en Cuba tengan un problema parecido. La vegetación que arde en su mayoría este compuesta por arboles resinosos como los mencionados. Durante la colonia se altero enormemente el bioma de nuestros países.