Mientras Luis Alberto Morales Magón, especialista en Medicina Intensiva y emergencias, conversaba con  Tribuna de La Habana, el tiempo transcurría de una manera implacable. Es que cada palabra de este joven, que trabaja en la Terapia Cardiovascular del Hospital Clínico-Quirúrgico Hermanos Ameijeiras, proyecta seguridad y responsabilidad con una charla muy amena.

Foto: Cortesía del entrevistado

Magón, como cariñosamente le llaman sus compañeros, se encuentra cumpliendo con esa humana tarea de luchar por la vida, en la llamada zona roja, en el Hospital Clínico-Quirúrgico Docente Dr. Salvador Allende.

-¿En esta estadía de 14 o más días, cuán difícil le resulta, involucrarse o no, emocionalmente, con los pacientes?

-Es imposible no establecer vínculos emocionales, de hecho la relación médico-paciente se sustenta en esos nexos. Muchas personas piensan que los intensivistas nos deshumanizamos por trabajar, mirándole la cara a la muerte, pero ese pensamiento está lejos de la realidad. Cuando se trabaja en esa posición se aprende a apreciar cada momento de la vida y la grandeza de esta. Se aprende a apreciar lo bello que es luchar por asegurar la vida de un anciano que quiere conocer un nieto por nacer, o de una mujer cuyos hijos esperan en su hogar... En ese proceso es imposible no vincularse emocionalmente con los pacientes, en cuyas historias de vida, muchas veces, vemos reflejada la de nuestros familiares o la propia.

-¿Cómo logra evitar el desaliento ante las situaciones difíciles que pueden presentarse?

-En ocasiones  los desenlaces nos golpean, desgraciadamente, no son infrecuentes y se tiene que apelar a todo tipo de recurso. He tenido compañeros que luego de perder un paciente y esconder lágrimas en alguna habitación vacía, son capaces de entablar una conversación para lograr disociarse de la realidad que lo rodea. En mi caso particular cuando algo no sale como quisiera, trato de concentrarme en los demás pacientes, que aún necesitan de la seguridad que puede transmitir mi ecuanimidad aparente, o en lo mucho que aquel otro necesita de escuchar una palabra cordial o ver el esbozo de una sonrisa en mi rostro, cuando entro a su habitación. En estos días la carga de trabajo ayuda a mantener la inercia y a continuar sin flaquear, sin desalentarse.

-¿Qué experiencia le ha aportado a su vida el trabajo en la llamada zona roja?

-Me ha aportado mucha confianza en nuestro gobierno, que pese a tantos obstáculos, ha logrado imponer como prioridad la vida y seguridad de nuestro pueblo. Asimismo, me ha reforzado la vocación que un día me hizo optar por esta profesión. He valorado la oportunidad de cada minuto al lado de mi familia y mis amigos. Muchos de mis compañeros se van a reír cuando lean está entrevista, pero he aprendido que, como mi colectivo de trabajo no hay otro, los extraño muchísimo, a todos.

-¿Alguna anécdota que quiera compartir con los lectores?  

-Las anécdotas de los médicos casi siempre son sobre algún paciente, algún caso en específico, pero yo creo que el hecho que más me ha marcado en esta estancia, ha sido cuando una de mis colegas estando en plena etapa de asistencia, fue informada de la muerte repentina de su madre y al estar acá en la zona roja con alto riesgo de contagio, por la propia seguridad de su familia, lloró, desde lejos y continuó hasta cumplir los controles epidemiológicos. Este suceso ha dejado una huella en mí, porque es una muestra de la capacidad de sacrificio de todos nuestros compañeros. No solo por el riesgo de enfermar, sino por la separación, la incertidumbre…

-¿Reacción de su familia?

-Saben que estoy haciendo lo que me gusta y lo que, considero, mi responsabilidad, por lo que me han apoyado en todo momento. Todos vienen a mi mente, cuando el tiempo, me lo permite, pero, algunos no necesitan venir, porque nunca se van, mi madre, mi padre y mi hermana que es mi heroína.

Foto: Cortesía del entrevistado

-¿Ha sentido miedo?

-Por mi no. Miedo nunca, pero si tengo percepción del riesgo que corro. No temer no significa, no estar consciente del peligro. Ahora, eso sí, trato de no pensar en la posibilidad de que mis padres ya mayores y enfermos, se contagien, por ellos si siento mucho miedo. Creo que como muchos de los que aquí nos encontramos, temo más por mis seres queridos que por mí mismo.

No quise robarle más tiempo a su descanso, pues el agotamiento disimulado en una sonrisa, se reflejaba en su voz.

Nos despedimos, pero sin poder evitar una emoción muy grande, porque este joven impacta por su modestia, sinceridad, pero sobre todo, por el amor que se refleja en su humanismo.

Por estos días la palabra orgullo ha crecido en su significado, expresado en el quehacer diario de hombres y mujeres, que, como, Luis Alberto, han hecho suya, más que nunca, la prioridad de vencer a este enemigo silencioso, con una tenacidad que arranca a la muerte, la vida.