Múltiples desafíos amenazan hoy la supervivencia de la vida en el planeta. Entre los más apremiantes se ubican el incremento de la carrera armamentista protagonizada por grandes potencias y los crecientes cambios climáticos causados en lo esencial por extremas políticas de consumo orientadas a la obtención de mayores niveles de ganancia y desarrollo, (a como sea), en beneficio de centros de poder mundial, y en detrimento de la naturaleza en su conjunto.
Científicos y expertos de la comunidad internacional vienen alertando desde hace décadas sobre la gravedad de los daños causados a la capa de ozono y al ecosistema con la proliferación de gases de efecto invernadero. Han llamado la atención sobre desacertadas estrategias económicas que varios países aplican para obtener mayores recursos económicos-financieros cada vez extrayendo sin control la savia natural de los suelos de las naciones.
Con el propósito de lograr más riquezas sin tener en cuenta los riesgos de ruptura del equilibrio medioambiental, generalmente países altamente desarrollados y otros encaminados a aprovechar sus potencialidades en diferentes ramas, explotan con técnicas invasivas y de forma desmedida recursos forestales, energéticos, marítimos, y otros de suma importancia para la salvaguarda de la existencia de especies biológicas y entre estas el hombre, como tempranamente avizoró en la Cumbre de la Tierra en 1992 el Líder histórico de la Revolución Fidel Castro.
Igualmente existe un fomento de las divergencias entre el Norte y el Sur, dado por la colosal brecha entre pobres y ricos, pueblos que luego de centurias de colonización siguen aún víctimas de las ambiciones crecientes de gobiernos de corte neoliberal y oligarquias locales que acentúan las diferencias de clase, raza y credo, y por ende agudizan la situación socioeconómica de grandes mayorías de poblaciones.
América Latina es una de las regiones con mayores niveles de desigualdad del mundo, aunque no la única; ello está también presente en Asia, África y otras zonas del Universo, al tiempo que puede encontrase además este flagelo en países del llamado Primer Mundo que cuentan con sustanciales deformaciones en estructuras socio-económicas que conllevan a sus sociedades a sustentar azotes de pobreza, desempleo, analfabetismo, etc.
Hay también a lo interno de esos “estados desarrollados”, un olvidado Cuarto Mundo conformado por grupos poblacionales menos favorecidos como todavía acontece en la potencia de Norteamérica con los afroamericanos, hispanos, y millones de ciudadanos de diversos orígenes.
Pero existen otros desafíos apremiantes de solución y urgente como el de encontrar la paz en zonas de conflictos militares, intervenciones e injerencias foráneas que estimulan destrucción y muerte y aproximan las posibilidades de guerras con sofisticadas armas, o contiendas nucleares que pueden desencadenar, (sino se les pone inmediato freno con voluntad real de diálogo y de proteger a la humanidad), en una catástrofe de dimensiones inimaginables.
En Europa, por ejemplo, luego de las terribles experiencias de la I y II Guerras Mundiales existe hoy una contienda militar que crece en proporciones entre Rusia y Ucrania, y cual la historia que los une indica que podía haberse evitado con respeto a los Acuerdos de Minsk, y autodeterminación de las repúblicas de Donetsk y Lugansk, con mayoría de ciudadanos esencialmente rusoparlantes que cohabitan esas áreas los cuales vieron amenazada su convivencia con los dictámenes y el accionar hostil aumentado contra sus ciudadanos a partir del año 2014 por parte de grupos neofascistas, entonces con anuencia y apoyo del gobierno de Kiev. Debió prevalecer la armonía y el diálogo entre las partes involucradas y evitar el enfrentamiento entre vecinos hermanados por la trayectoria de varias generaciones.
Sin embargo, antes de la llegada de tropas rusas a esas repúblicas ya se constataba un aumento inusual de efectivos y medios de la Organización del Atlántico Norte, aproximándose a las fronteras rusas, (lo cual actualmente es superior con desplazamientos de armas y técnicas de la OTAN en algunos países), cuestión esta que exacerbó más aún las tensiones, convirtiéndose en un suceso altamente riesgoso para la necesaria distensión en toda Europa.
La comunidad internacional representada en las Naciones Unidas no puede renunciar a la salvaguarda del planeta, tiene que ser capaz de solventar cada desafío. Su prioridad debe ser alcanzar la paz, solucionar los conflictos militares cualesquiera que sean sus causas, enseñar a los gobiernos y pueblos a vivir en concordia y apostar al desarrollo sostenible impulsando el empleo de energías limpias y reducir hasta eliminar, todos aquellos elementos tóxicos, contaminantes como el dióxido de carbono y otros gases que conspiran contra el ecosistema y la vida civilizada en la Tierra.
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