Eran las 6:00 p.m. del viernes 29 de julio cuando, desde lejos, vi a un grupo de personas aglomeradas en plena vía pública. La escena se desarrollaba frente al río, en la calle C del reparto Miraflores Nuevo, municipio de Boyeros. Algo pasaba… pero no lograba ver qué era. Me acerqué un poco y pregunté a una vecina qué ocurría.
“Hace una hora un señor se cayó ahí. Parece que estaba tomado y no puede levantarse”, me dijo.
Enseguida regresé a casa y marqué el 106 para informar la situación. Al colgar, volví a mirar por la ventana. La multitud había crecido y justo en ese momento comenzó a caer un fuerte aguacero. Algunos vecinos, con buen corazón, buscaron un nylon y cubrieron al hombre, que seguía inmóvil en el suelo.
Y entonces ocurrió lo que me devolvió la fe…
Un auto patrullero llegó. Número 611. Dos jóvenes oficiales descendieron del vehículo y, sin perder un segundo, se abrieron paso entre las personas. Lo hicieron con respeto, con empatía… con humanidad. Se acercaron al hombre —ya consciente pero débil y desorientado—, y lo atendieron con la delicadeza con la que se cuida a un padre, a un abuelo… a un ser querido.
Uno de ellos notó que el señor necesitaba atención médica urgente y sin perder tiempo, a través de la operadora, solicitaron una ambulancia. Solo 15 minutos después, llegó el auxilio médico. ¡El hombre fue salvado del frío, del abandono… y quién sabe de qué más!
No supe los nombres de esos dos oficiales. La lluvia era intensa y no logré ver más que el número del patrullero. Pero lo que sí vi fue el alma con la que actuaron.
En medio de la tormenta, ellos fueron abrigo.
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