La Habana se abre en la plenitud de sus formas y sus vidas como un hogar exuberante de caminos y reencuentros. Nadie escapa a la observación de sus formas, sus contornos, las imágenes que se nos impregnan y dejan ese sabor de haber completado la jornada o de iniciarla.
“En el sepulcro de la tarde preñada de recuerdos,
en medio del nocturno silencio,
ante la mirada inquieta de las estrellas
una lágrima de la luna naciente
alimenta el fuego, (…)”.









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