Mantania Roland Valiente, tiene 23 años y trabaja como dependiente en la cafetería de hamburguesas de la Plaza de Carlos III. Está contenta con el cambio que ha tenido su vida. Sin embargo, tiene una pena: la persona que más la impulsó a perseguir su destino, su abuela, no alcanzó ver cuán lejos de su Arroyo Naranjo natal ha llegado.

Aunque no pudo estar el día que le entregaron su título, Mantania la recuerda en cada uno de sus pasos y dice: “dondequiera que esté, mis logros se los dedico a ella”. 

Niurka González, profesora principal de cocina y una de las fundadoras del proyecto. Foto: Raquel Sierra

“Antes de empezar en el proyecto estaba desvinculada, me enteré a través de algunas amistades…entrar al proyecto ha sido lo mejor que me ha pasado en años, me ha cambiado la vida, nunca pensé que me interesara el giro de la gastronomía y ahora, realmente me apasiona”, dijo Mantania.

Daymara Calderín Pioto y su hermano Ernesto, estaban también en su casa. “Me enteré por una amiguita mía que ya estaba en el curso, hablé con mi hermano y nos fuimos para allá, nos inscribimos. Me gusta, no, no, me encanta, y me sorprendí de estar entre los 10 primeros graduados, me esforcé, pero no pensé llegar a tanto”, dijo Daymara, con su niño en brazos.

“A los dos días de mis pruebas finales, me contrataron en Bulevar 66 hasta que salí embarazada. Ahora estoy cuidando al niño, pero cuando esté un poco más grande, voy a regresar a lo mío, la gastronomía. Llegué de casualidad y me atrapó”, confiesa.

Halar los hilos

Estas historias, como la de Javier Ernesto Cintao, hoy con 26 años, de La Ceiba, en Playa, comenzaron mucho antes. Él, conflictivo, lleno de piercings, malas palabras y tatuajes, llegó un día al proyecto de formación La moneda cubana y, con solo traspasar el umbral, se dijo: “qué va, esto no es para mí, ese no es mi mundo, aquí no hago nada”. Su mamá lo convenció de intentarlo, siguiendo el consejo de una amistad, quien le había dicho: “trata de que entre ahí, por los pasos que va, tu hijo terminará en la cárcel, o muerto”. 

Conchita, al centro, con dos graduados, Mantania Roland y Javier Ernesto Cintao. Foto: Raquel Sierra

Con el tiempo, Cintao, como lo conoce la mayoría, fue sufriendo una metamorfosis: dejó de ser “un desastre”, “un insoportable” se despidió de sus piercings, el pelo largo, los dientes de oro y su actitud y encontró un camino.  “Era un muchacho apartado del trabajo y del estudio, no tenía ningún plan para mi vida. Me siento orgulloso, este proyecto fue el empujón que necesitaba para ser alguien en la vida, pude hacer lo que me propuse, ser coordinador de uno de los grupos de mi año, ganar la competencia internacional de cocina y tener mi familia, mis dos hijos”.

“Con los regaños y los consejos lograron quitarme esa imagen de delincuente juvenil y convertirme en quien soy. Me apoyaron en todo, incluso cuando mi mamá estuvo en el hospital, estaban a mi lado. Gané una familia, hoy cuento con ellos para lo que necesite, un abrazo, un cariño, lo que sea”.

Para buscar la raíz de los cambios hay que halar los hilos hasta llegar a la semilla. Ángel Aguilera, el fundador de esta iniciativa, recuerda cómo comenzó a gestarse la idea, entre dos o tres personas, en la sala de su casa, con muchas ganas de encausar la vida de los primeros 21 jóvenes de su barrio, en el Consejo Popular Catedral, que no estudiaban ni trabajaban.

Su identidad, indica, estaba asociada a diferenciaciones sociales, conflictos de valores, el predominio de la ética del tener, la necesidad de la satisfacción inmediata de lo material por encima de la superación y la falta de correspondencia entre las aspiraciones y la posibilidad real de satisfacerlas.

“Enfocado en su rescate comenzó el proyecto que, después de la primera graduación, se multiplicó aceleradamente, y hoy la familia supera los 2 000 muchachos y muchachas de toda la capital, 1 539 graduados hasta hoy, 385 previsto para la VII graduación que se encuentra en exámenes finales y 320 captados para el curso 2022-2023”.

En reciente graduación, la VI, recibieron sus títulos 570 estudiantes, 319 mujeres y 251 hombres. Lo que inicialmente fue concebido como algo local, para La Habana Vieja, se ha extendido a otros territorios y los graduados más recientes proceden de La Habana del Este (87 para el 15.3 %); Diez de Octubre (57, el 10 %), Plaza de la Revolución (42, el 7.4 %), seguidos de San Miguel del Padrón y Cerro, con 38; La Habana Vieja, 35; y Centro Habana, 34.

Según Concepción González Rodríguez, solo conocida como Conchita, de 78 años y vinculada a la iniciativa desde hace nueve, señala que “el proyecto cada día va progresando, no solamente tenemos muchachos de La Habana, sino también desde Artemisa, Mayabeque y otras provincias, hacen su sacrificio y vienen de Santa Cruz, de Bauta…porque el curso los forma, no solo en los oficios, sino como hombres del futuro”. La última graduación tuvo alumnos de Artemisa, Mayabeque, Matanzas, Ciego de Ávila, Villa Clara, Santiago de Cuba y Guantánamo.

Sembrar una vocación

Para Niurka González, profesora principal de cocina y fundadora, “al cabo de 12 años es maravilloso el avance que hemos tenido y el camino por donde vamos: alumnos desvinculados del estudio y del trabajo son hoy grandes profesionales en diferentes especialidades y están tanto en instalaciones estatales como privadas, entre ellas de la cadena CIMEX, ARTEX y los restaurantes Van Van, La moneda cubana y Ajiaco”.

“Como profesora, es un logro para mí ver sus avances, sobre todo en la especialidad de cocina, tan complicada y seria. Esto es un intercambio mutuo, ellos aprenden de mí y yo de ellos”.

Frankly Antonio Martín Lugo, se graduó en La moneda cubana cuando tenía 20 años. Antes, había salido del servicio y trabajado en un mercado artesanal industrial y luego, nada. “Me levantaba sin saber qué iba a hacer en el día, hasta que descubrí el proyecto. “No sabía nada de gastronomía, vine y me puse una meta: voy a ser el mejor alumno, esto me cambio la vida”. 

Franklyn Antonio Martín Lugo, fue estudiante de La moneda cubana y hoy es profesor de dos materias. Foto: Raquel Sierra

Se graduó con honores, trabajó en bares y restaurantes hasta que le propusieron regresar a dar clases, “por supuesto, acepté”. Hoy, con 26 años, es profesor e imparte clases de técnica de salón y de cantina. “Fue un poco complicado dar dos asignaturas después de haber estado desconectado, pero me gusta enseñar y apoyar y fue algo novedoso”, relató.

“Uno siempre va creciendo. Me digo: ya soy capitán de salón, ahora quiero ser sommelier, uno va escalando peldaños en la vida y siempre, cuando miro atrás, me digo: quién sería Franklin hoy, si no fuera por el proyecto…”

“Los muchachos llegan y arrastran un poco la historia del pre y la secundaria y van cogiendo seriedad, se van interesando por los oficios, a veces vienen por un oficio y luego prefieren otro y se dan cuenta de que las cosas se logran con estudio y esfuerzo”, dice Miguel Ángel Montes, profesor de técnicas de salón.

A su juicio, los del curso de trabajadores vienen con una seriedad, una disciplina, saben lo que quieren y son más formales; los otros, aprenden a “ponerse serios, porque hay rigor”.

¿Qué dicen las familias?

Noelvis Hernández Sánchez, madre de Arianna Fernández Hernández, expresa satisfacción con lo alcanzado por su hija. “Desde que inició el curso, le llamó mucho la atención, estoy orgullosa de ella, porque se cogió las cosas muy a pecho, fue de las mejores alumnas y le propusieron que se presentara de profesora”.

“Aprendió mucho, nunca había ido a la cocina y a partir de ahí le ha gustado y siempre está tratando de aprender algo. Lo que sí le ha gustado desde niña es enseñar”, dice y considera de utilidad la experiencia.

Similar es el criterio de Yamilet, mamá de Amanda Prieto, recién graduada. “Ella está contenta, trabajó, estudió y de esforzó mucho, adquirió experiencia. Vemos el esfuerzo de los maestros, con los alumnos. De ahora en adelante, a seguir y mirar al futuro”. 

Familias como la de Amanda Prieto Domínguez expresan satisfacción por la formación que han recibido sus hijas e hijos. Foto: Raquel Sierra

Juan Carlos Prieto, el papá de Amanda, opina que “es una formación muy buena y completa, aprendió no solo de cocina, sino de otras cosas, cantina, idioma inglés”. Amanda Prieto Domínguez, de 22 años, hoy trabajadora del Hospital Naval Luis Díaz Sotto, comenta: “tuve la oportunidad de entrar en la escuela y aprendí más de lo que ya sabía de cantina, salón y cocina. Al tener los conocimientos de las tres cosas básicas de la gastronomía, te sientes cómodo y preparado para ejercer cualquiera labor”.

Otras lecciones aprendidas

De las conversaciones con jóvenes y profesores se sacan conclusiones. Entre ellas, la necesidad de prestarles atención a muchachas y muchachos, con diálogos que logren llegarles a sus características personales, problemas y necesidades de afecto, con cariño y respeto, de la mano del rigor y la exigencia.

De alguna manera, este proyecto les deja cierto interés por seguir estudiando y aprendiendo, así lo hizo Cintao, hoy maestro dulcero-panadero en la Flora, así quieren hacerlo también Mantania y Amanda Prieto, seguir adelante, por más conocimientos y más idiomas, “porque esta profesión lo necesita”.

Quienes vieron sus vidas enderezarse con este proyecto, lo recomiendan a otros. Javier Ernesto Cintao, quien con otros graduados tiene en planes abrir su propio local en el futuro y con ello, dar espacio laboral para otros muchachos y muchachas, lo hace de forma vehemente: “a los que están en la calle, se los recomiendo. A muchos de los que se graduaron del año pasado, se lo recomendé, les dije: estudien ahí, háganse personas, cambien toda la mentalidad y calle que tengan, vale la pena. Al principio no lo entendieron, y hoy son buenos cantineros y cocineros. Hoy por hoy, soy alguien en la vida y ellos también”.

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