Cuando se cumplen 45 años del Poder Popular evoco la presencia de un ciudadano sobre cuyos hombros no pesaba la responsabilidad de un delegado o presidente de una asamblea municipal, sino el encargo de Fidel para transformar el Centro Histórico colonial de La Habana, por entonces, sumergido en las múltiples causas que provocaron su deterioro hasta el punto de convertirse en un entorno donde las ciudadelas exponían todos los problemas sociales y económicos que gravitaban sobre el país; mientras los otrora majestuosos edificios, verdaderas joyas de una arquitectura envidiable, semejaban fantasmas de antiguos barcos destruidos por el tiempo, el olvido y la desidia.


Levantar aquellas paredes, rescatarlos a la vida y ofrecerles un sentido de beneficio público fue parte de la titánica tarea que asumió el Historiador de la Ciudad, el Doctor Eusebio Leal Spengler, en medio de las miradas escépticas, el asombro y el apoyo de un grupo de hombres y mujeres con los cuales compartió ese núcleo de rescate de la vieja ciudad colonial, en los interminables recorridos por sus calles, el intercambio respetuoso y de escucha con los vecinos, el saludo, la queja, la crítica mordaz, el aliento en los ojos de quienes observaron a este Quijote en medio de un sueño compartido, en el cual se precisaba cambiar la forma de pensar de los hombres, establecer un punto de partida –no desde el pesimismo y la derrota- e insertar a quienes habían perdido el rumbo de sus jóvenes vidas, en los talleres de oficios para encontrar la esencia de la ciudad y darle una nueva vida.
Precisamente en este punto tuve algunas conversaciones muy breves con el Doctor Leal, porque tenía clara que ninguna transformación verdadera podía lograrse sin la participación de los vecinos, sin crear un concepto de identidad y pertenencia incluso a los visitantes del entorno colonial y, más allá de las anécdotas como aquella en la cual se tendió sobre una calle para evitar que una máquina herramienta cumpliera una orden burocrática, logró que surgiera un edificio de las ruinas, luego otro, una calle, una ciudadela…, hasta lograr que los problemas encontraran una solución compartida en lo que puede definirse como una eficiente gestión de administración local, en cuyo empeño también el dolor cruzó su pecho, por la vergüenza de un error de otros, pero asumido como propio.

Este sentido de servicio y entrega que luego valoramos no fue casual, sino causal. Se necesitaba una mano férrea para continuar adelante, el corazón lleno de amor y el pensamiento pleno de sueños realizables, extendiendo el rescate de la ciudad con la participación activa de sus pobladores y se proyectaba salir de las antiguas demarcaciones de sus muros mientras otros edificios históricos fueron recuperados.
Ofrecer un espacio a los artistas visuales que no disponían de un estudio adecuado para crear sus obras, una verdadera fuerza cultural que posibilitó sumar fuerzas y el nacimiento de nuevas ideas que no lidiaban con el entorno, más bien lo conformaban. Su presencia en las escuelas, la conversación con los niños del barrio estaba presente en los avatares de su agenda, contentiva de derroteros que llevaron a establecer las visitas a los museos como una necesidad cognitiva del hombre para despertar su visión transformadora de la realidad en bien de todos.

No se trataba de crear un espejismo de atracción a los turistas foráneos o de otras provincias, sino de mostrar la capacidad revolucionaria de un proceso social alimentado por lo que Fidel definiría como Concepto de Revolución. Paso a paso, piedra a piedra, encontró apoyos y detractores, mas estos últimos no pudieron evitar su presencia en discusiones directas y el avance de las obras, algunas –lamentablemente como el Parque Maceo- perdieron la lozanía del cuidado y el respeto, cuando alguien decidió quitar las hermosas vallas de hierro fundido que las resguardaban. “Pongo cercas sí, y las pondré para evitar que sea destruida la obra”, declaró un día en un profundo e inolvidable intercambio con periodistas en el Instituto Internacional de Periodismo José Martí.
Recuerdo aquellas conversaciones con las personas que llevaban la carga de sus años y para los cuales reservó un centro de atención a los ancianos que pronto alcanzó exponerse como referencia en los cuatro puntos cardinales de la provincia y más allá. No olvido mi relación epistolar con uno de los hombres más ejemplares de Cuba que guardo para sostener el derrotero de mi labor de servicio social.
Tamaño ejemplo de Leal, no puede quedarse como parte del anecdotario histórico de La Habana y de Cuba. Debe estudiarse, en la práctica, la forma de alcanzar la eficiencia en la administración pública, su pensamiento social como herramienta para insertarse entre la gente, conocer sus necesidades, proyectar cada día el levantar los andamios para reiniciar una obra, concluir otras, escuchar, andar y escuchar las voces del barrio, como afluente nutritivo de la conciencia y la capacidad de entregarse totalmente al servicio del pueblo.





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Ejemplo a seguir para que funcionen de manera práctica y realista el poder popular visto en una persona....el delegado, cada delegado puede ser- salvando la distancia de su altura cultural y relaciones- un Leal en su comunidad. Necesitamos muchos como él. Su ejemplo es imperecedero y coincido no sólo como historia sino para estudiar y aplicar según las circunstancias y problemas de cada comunidad del país
No creo que los dirigentes de mi municipio tengan la menor idea de que este artículo es con ellos y otros como ellos, no les llega, demasiado poético. Pocas veces podía darme el lujo de visitar La Habana Vieja, pero cuando iba por allá casi siempre me encontré con Eusebio deshaciendo entuertos, o lanza en mano contra molinos de viento. Su pérdida me estremeció en lo más hondo, nunca hablé con él personalmente, aunque coincidimos varias veces, pero lo admiré profundamente. Yo nací Arroyo Naranjo, hace 72 años, recorro todos los días sus calles buscando solución a los problemas domésticos, nunca he tenido el honor de conocer a mis dirigentes municipales, salvo la delegada del PP en las asambleas de rendición de cuentas, que da lástima pues pareciera que nadie la toma en cuenta.
Es que dirigentes preocupados como el Doctor Leal, pocos para empezar su despacho comenzaban caminando las calles de la habana vieja y revisando, los lugares, escuchando a lo habitantes y trabajadores, dando soluciones y respuestas a todos, corrigiendo lo mal hecho a quien fuera, educando, el que se le acercaba, con su actitud y ejemplo ganó la simpatía y el respeto de todos desde el barrendero hasta el arquitecto, por eso 7a habana vieja se convirtió en lo que es ya no tanto ahora porque se a deprimido un poco, pero la verdad es que daba gusto pasear por sus calles escuchando música y el ver ir y venir de cubanos y extranjeros, intercambiar y compartir opiniones y risas tranquilamente, sentarse en un banco de un parque o en el Malecon, se añora mucho esas cosas
Cien por ciento de acuerdo con esta riflexión digo reflexión, que ojalá llegue a los oídos receptivos que les corresponde.