Cuando se cumplen 45 años del Poder Popular evoco la presencia de un ciudadano sobre cuyos hombros no pesaba la responsabilidad de un delegado o presidente de una asamblea municipal, sino el encargo de Fidel para transformar el Centro Histórico colonial de La Habana, por entonces, sumergido en las múltiples causas que provocaron su deterioro hasta el punto de convertirse en un entorno donde las ciudadelas exponían todos los problemas sociales y económicos que gravitaban sobre el país; mientras los otrora majestuosos edificios, verdaderas joyas de una arquitectura envidiable, semejaban fantasmas de antiguos barcos destruidos por el tiempo, el olvido y la desidia.

Terminal de trenes. Foto: Raúl San Miguel
Eusebio Leal Spengler. Foto: Roberto Suárez

Levantar aquellas paredes, rescatarlos a la vida y ofrecerles un sentido de beneficio público fue parte de la titánica tarea que asumió el Historiador de la Ciudad, el Doctor Eusebio Leal Spengler, en medio de las miradas escépticas, el asombro y el apoyo de un grupo de hombres y mujeres con los cuales compartió ese núcleo de rescate de la vieja ciudad colonial, en los interminables recorridos por sus calles, el intercambio respetuoso y de escucha con los vecinos, el saludo, la queja, la crítica mordaz, el aliento en los ojos de quienes observaron a este Quijote en medio de un sueño compartido, en el cual se precisaba cambiar la forma de pensar de los hombres, establecer un punto de partida –no desde el pesimismo y la derrota- e insertar a quienes habían perdido el rumbo de sus jóvenes vidas, en los talleres de oficios para encontrar la esencia de la ciudad y darle una nueva vida.

Precisamente en este punto tuve algunas conversaciones muy breves con el Doctor Leal, porque tenía clara que ninguna transformación verdadera podía lograrse sin la participación de los vecinos, sin crear un concepto de identidad y pertenencia incluso a los visitantes del entorno colonial y, más allá de las anécdotas como aquella en la cual se tendió sobre una calle para evitar que una máquina herramienta cumpliera una orden burocrática, logró que surgiera un edificio de las ruinas, luego otro, una calle, una ciudadela…, hasta lograr que los problemas encontraran una solución compartida en lo que puede definirse como una eficiente gestión de administración local, en cuyo empeño también el dolor cruzó su pecho, por la vergüenza de un error de otros, pero asumido como propio.

Plaza de San Francisco de Asís. Foto: Raúl San Miguel

Este sentido de servicio y entrega que luego valoramos no fue casual, sino causal. Se necesitaba una mano férrea para continuar adelante, el corazón lleno de amor y el pensamiento pleno de sueños realizables, extendiendo el rescate de la ciudad con la participación activa de sus pobladores y se proyectaba salir de las antiguas demarcaciones de sus muros mientras otros edificios históricos fueron recuperados.

Ofrecer un espacio a los artistas visuales que no disponían de un estudio adecuado para crear sus obras, una verdadera fuerza cultural que posibilitó sumar fuerzas y el nacimiento de nuevas ideas que no lidiaban con el entorno, más bien lo conformaban. Su presencia en las escuelas, la conversación con los niños del barrio estaba presente en los avatares de su agenda, contentiva de derroteros que llevaron a establecer las visitas a los museos como una necesidad cognitiva del hombre para despertar su visión transformadora de la realidad en bien de todos.

Plaza Vieja. Foto: Raúl San Miguel

No se trataba de crear un espejismo de atracción a los turistas foráneos o de otras provincias, sino de mostrar la capacidad revolucionaria de un proceso social alimentado por lo que Fidel definiría como Concepto de Revolución. Paso a paso, piedra a piedra, encontró apoyos y detractores, mas estos últimos no pudieron evitar su presencia en discusiones directas y el avance de las obras, algunas –lamentablemente como el Parque Maceo- perdieron la lozanía del cuidado y el respeto, cuando alguien decidió quitar las hermosas vallas de hierro fundido que las resguardaban. “Pongo cercas sí, y las pondré para evitar que sea destruida la obra”, declaró un día en un profundo e inolvidable intercambio con periodistas en el Instituto Internacional de Periodismo José Martí.

Recuerdo aquellas conversaciones con las personas que llevaban la carga de sus años y para los cuales reservó un centro de atención a los ancianos que pronto alcanzó exponerse como referencia en los cuatro puntos cardinales de la provincia y más allá. No olvido mi relación epistolar con uno de los hombres más ejemplares de Cuba que guardo para sostener el derrotero de mi labor de servicio social.

Tamaño ejemplo de Leal, no puede quedarse como parte del anecdotario histórico de La Habana y de Cuba. Debe estudiarse, en la práctica, la forma de alcanzar la eficiencia en la administración pública, su pensamiento social como herramienta para insertarse entre la gente, conocer sus necesidades, proyectar cada día el levantar los andamios para reiniciar una obra, concluir otras, escuchar, andar y escuchar las voces del barrio, como afluente nutritivo de la conciencia y la capacidad de entregarse totalmente al servicio del pueblo.

Escultura de Roberto Fabelo en la Plaza Vieja Foto: Raúl San Miguel
La concepción de una cultura del reciclaje es parte del entorno en el Centro Histórico. Foto: Raúl San Miguel
Foto: Raúl San Miguel
Escuela primaria Camilo Cienfuegos. Foto: Raúl San Miguel
Entrada de la Bahía de La Habana. Foto: Raúl San Miguel

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