La tierra cubana siempre se ha enorgullecido de su nombre de mujer. Sobran razones para celebrar la obra erigida por ellas, desde el campo hasta las ciudades, recorriendo las venas de diversas generaciones.

Amanda Cordero Ramos, estudiante de Lenguas Extranjeras de la Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona, retó con valentía y desinterés los peligros de una pandemia que ha doblado a no pocos, marcando una pauta con la que hoy es ejemplo.

“Mediante un grupo de WhatsApp la jefa de año de mi carrera puso un mensaje para los estudiantes que quisieran participar voluntariamente en las labores de enfrentamiento a la COVID-19. La tarea sería en principio en el hospital Salvador Allende (La Covadonga) que en aquel entonces tuvo una situación compleja. Mi primera impresión fue de duda, cuando le hice el comentario a mi mamá se puso muy nerviosa porque padezco de crisis vagales, lo cual es una complicación si me contagiaba, pero yo le dije que sí tenía que ir.

Con la presencia de la miembro del Buró Político Teresa Amarelle Boué y Madelis Delgado Reynaldo, secretaria general de la FMC en La Habana, el pasado 18 de agosto se realizó el acto por el aniversario 61 de la organización, donde federadas del Consejo Popular Tallapiedra, del municipio de La Habana Vieja,

ratificaron el apoyo a la Revolución. Foto: Miguel Moret

“Yo fui vicepresidenta de mi universidad, secretaria de la Juventud de mi facultad y sentía la necesidad de dar el ejemplo. Al principio sentí muchos nervios, al comenzar estuve de pantrista en zona amarilla donde se mantienen los casos sospechosos. Allí atendí a los pacientes y hasta aprendí cómo hacer expedientes, ayudábamos en todo lo que se podía. Luego hubo un faltante de personal en zona roja y allá fuimos, éramos solo dos mujeres en toda la tripulación de estudiantes, comenzando los primeros 14 días atendiendo a 22 pacientes.

“Recuerdo que la primera vez antes de entrar en zona roja escuché la canción Valientes de Buena Fe, que ya es un himno para todos los cubanos, y fue como un motor impulsor que me animaba a no tener miedo. Tenía que cuidarme por mi familia y para continuar aportando mi granito de arena ante una labor tan grande. Mi mamá tenía mucho miedo al principio por los riesgos de mi padecimiento, pero todo ese temor se convirtió en fe y confianza en mi juventud. Cada mañana, al levantarme, tenía un mensaje de mis padres dándome los buenos días y toda la fuerza necesaria para superar cualquier obstáculo. Mi papá me sorprendió un día con una publicación especial por las redes sociales. Al abrir Facebook leí: ‘Hoy los aplausos de las nueve no son solo para los trabajadores de la Salud, sino también para mi hija que está colaborando en la zona roja’”.

Cual canción épica la historia de esta joven se replica en disímiles rostros de mujer que alzan nuestra Isla en sus manos. No hay premio mayor que la satisfacción de saberse útil, construyendo a puro corazón el futuro de Cuba.

Foto: Miguel Moret

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