Tocó el inicio del estudio de intervención sanitaria poblacional con uno de los candidatos vacunales anti COVID-19 en Aldabó, una de las tantas barriadas del Consejo Popular Armada, en Boyeros, uno de los municipios con la situación epidemiológica más complicada, en la capital, ahora mismo epicentro de la pandemia en Cuba.
Con mucho ajetreo, pero sin prisa, amanecieron hoy en la comunidad los sitios vacunales encargados de tamaña responsabilidad. Son unos cuantos, la mayoría habilitados en los consultorios del médico y la enfermera de la familia, pero también en escuelas, y otras instituciones, que reúnen las condiciones óptimas para el mejor desenvolvimiento de las rutinas asociadas a la inmunización.

Abdala es el nombre que diera José Martí, Héroe Nacional cubano a un conmovedor drama poético, que escribiera cuando tan solo contaba con 15 años de edad y luego publicara el 23 de enero de 1869, en el primer y único número del periódico La Patria Libre, también por él fundado.
Pero ese fue el nombre que tomaran sus creadores para uno de las cinco probables vacunas criollas, el mismo que, desde el 12 de mayo, comenzó a aplicarse en cuatro municipios habaneros (Regla, La Habana del Este, Guanabacoa y San Miguel del Padrón), y que, a partir del 25, empezó extenderse paulatinamente a Arroyo Naranjo, Cotorro y Boyeros.
De la seguridad de Abdala como del resto de las propuestas de inmunizadores se ha dicho bastante. Por ello habla el rigor con el cual han trabajado nuestros científicos y el respaldo de los organismos sanitarios internacionales responsabilizados.
Pero vayamos al grano. Mi madre y yo fuimos de los privilegiados en este primer grupo, y puedo dar fe del rigor y la profesionalidad del personal de Salud y la tropa de apoyo, jóvenes estudiantes de Ciencias Médicas y lugareños, quienes lo mismo hacen el registro con los datos de rigor, miden la presión arterial, o toman providencias para que nadie, después de ser intervenido, abandone el lugar antes de que transcurra la hora reglamentaria para la observación.

Ya cerca de las 12 m., por las manos de María Bacallao Rodríguez, la diligente enfermera del consultorio 7, en Aldabó, habían pasado cerca de 50 personas, ancianos en su inmensa mayoría.
Esta me confesó que en ya largo desempeño profesional nunca dio tantos pinchazos en tan poco tiempo. Y mientras me habla, entre la atención a una y otra persona, se daba su vuelta para asegurarse que todo marchaba a pedir de boca.
Ella y su equipo, con los galenos al frente, como los buenos marineros y en los mejores barcos, no dejaban ningún cabo suelto: ficha personal, presión, temperatura, vacuna, presión y presión, una y otra vez, constante observación de la región del pinchazo, y nada de regreso a casa no siquiera un minuto antes.
Y aunque algunos se sugestionaron y la presión le subió, la jornada trascurría, en medio de la mayor normalidad. Aquellos, los hipertensos manifiestos, se les suministraba el medicamento y quedaban a la espera de la probable regularización de los registros tensionales.
Entre chistes, reflexiones y puede que hasta algún “chismecito” transcurría el aguado de los vecinos. Yo, particularmente, aproveché para recoger impresiones:
Yolanda Rodríguez Cárdenas, con sus 91 años, la más longeva del grupo, desde su sillón de rueda y rodeada de hijos y nietos, me aseguró, que ella “ni asustada ni indecisa, más bien loca por vacunarme”.

Mi propia madre, hipertensa y diabética ella, me confesó, ocho décadas y media de existencia le habían permitido ver muchas cosas, pero nunca un Gobierno que hiciera tanto por su pueblo, prácticamente atado de pies y mano. Y por eso ella hoy tiende su brazo apresurada, y grita: “¡Gracias, Fidel!”.
Vea también:

![[impreso]](/file/ultimo/ultimaedicion.jpg?1762197168)
Argudín Sánchez, qué buena noticia! Y qué lindo ver a tu Madre vacunándose y, además, con ese agradecimiento que la caracteriza! Salud !