“De pronto las estrellas hacían silencio
Y resultaba perceptible el canto de la Luna”
RSM
La voz de la salva, retumba y clama sobre la bahía, se extiende en varios puntos de la ciudad y regresa, cabalgando un riso de ola y hace voltear la mirada para consultar los relojes.
Los nuevos artesanos calcan la piedra que otros labraron con sus propias manos: negras, blancas, pobres y tortuosas, aquellas que ayer tejieron el hermoso encaje pétreo, ahora de regreso desde el centro fundacional de la Villa de San Cristóbal de La Habana hasta los bordes de esta ciudad -extendido frente a la Alameda-; mientras el mar le susurra con húmedos besos un piropo a sus faldas rocosas con recuerdos y voces agitadas de otros tiempos.
La voz de la salva, retumba y clama sobre la bahía, se extiende hasta la orilla de Casa Blanca, regresa, cabalgando un riso de ola y hace voltear la mirada a quien la escucha para consultar sus relojes como lo hacían a las seis de la mañana y las nueve de la noche, hace más de dos siglos, los primeros capitalinos, antes que la amenaza de submarinos nazis hiciera que el gobierno yanqui, durante 1942-l945, en plena guerra mundial, prohibiera el disparo que ahora escuchamos para comprobar que permanece intacto el patrimonio sonoro y la tradición de mantener abiertas, para siempre, las murallas.
Una frase del gracejo popular delimita los bordes de la capital entre la Explanada de la Punta, frente al Castillo de los Tres Reyes del Morro, y el río Almendares. “Lo demás son áreas verdes”, dicen algunos para deslindar la parte urbana de extramuros como una especie de choteo hacia quienes habitan en los barrios periféricos de la urbe. Pero tal expresión sirve, exclusivamente, para confirmar el carácter afable de los habaneros; a partir de esa mezcla de tradiciones conformadas por quienes vinieron desde otras provincias y naciones, en dos concepciones esenciales: la diversidad de su Cultura (en mayúscula) y la arraigada identidad territorial.
Precisamente esta conversión histórica de La Habana, como asentamiento principal del país, generó el flujo de capitales, recursos y personas hasta considerarse -por un buen tiempo- la zona más industrializada e institucionalizada de la nación. Lo anterior se fundamentaba, entre otros factores, porque la capital disponía de los principales enlaces con el mundo: La Bahía de La Habana y el Aeropuerto Internacional José Martí; a través de los cuales arribaba desde lo moderno y necesario hasta las más extravagantes modas que influyeron, en sus habitantes, así como las corrientes que marcaron (incluida las fusiones) la música, las artes plásticas y, específicamente, lo más notable visualmente: su arquitectura -conceptuada de ecléctica por los especialistas en temas históricos y urbanísticos-, debido a la profusión de estilos que convergen en un mismo inmueble o en derredor.
Por ejemplo, el diseño del edificio (teatro) García Lorca fue calificado de raro e indefinido por el célebre escritor Alejo Carpentier, quien insertó en algunas de sus crónicas la singular profusión de los portales habaneros como un paseo, al borde de las calzadas y avenidas -donde el transeúnte puede escapar del bochorno provocado por las altas temperaturas-, así como la autenticidad de la rumba y las tendencias innovadoras de una gastronomía cubana e internacional, convertida en epicentro del sabor de la cocina criolla, por la referencia de famosos restaurantes y fondas a escala mundial.
Donde nace un río…
Según los historiadores y expertos de otras ciencias, el río Almendares nace en un sitio ubicado en San José de las Lajas, capital de la provincia de Mayabeque, pero su torrente no establece un límite geográfico -después de cruzar el puente colindante con la zona del reparto Kholy, del municipio de Plaza de la Revolución, próximo a los municipios de Playa y Marianao-, para considerar que pueda legitimarse la broma o expresión: “áreas verdes” con respecto al resto de sus localidades. No obstante, el jocoso término es defendido hasta por los residentes del municipio de La Lisa, en su extremo Oeste, o cualesquiera de sus territorios urbanos y semirurales ubicados fuera del centro, si utilizamos como referencia el diamante que marca el kilómetro cero, dentro del antiguo Capitolio Nacional y frente al cual –los del “interior” y hasta los que vienen de “afuera”- se hacen la tradicional fotografía para confirmar su llegada.
Volvemos al río…
La fama del Almendares data de 1566, cuando se inició la construcción de la Zanja Real -considerada la obra de interés público más importante en el siglo XVI, en La Habana-, y concluida hacia 1592.

De sus aguas se alimentó el primer acueducto que se construyó para la ciudad. Con el paso de los años resultó insuficiente y dejó de funcionar, dando paso al proyecto de Francisco de Albear y Lara, diseñador y constructor del mayor Acueducto habanero realizado entre 1859 y 1897. Una verdadera obra de arte de la ingeniería cubana.
La Zanja Real que abastecía la zona del casco histórico de la ciudad, entre otros, se mantuvo durante años prestando servicios hasta que empezaron a verterse, en ella, aguas albañales… En cuanto al Almendares, se continúa el proceso de descontaminación para integrarlo como parte de las sanas atracciones y actividades náutico-recreativas en el Gran Parque Metropolitano de La Habana.
¿Dónde nació La Habana?
Referencias históricas sitúan la ubicación del primer asentamiento habanero en un sitio al Sur de su antigua geografía. El Doctor Eusebio Leal Spengler, Historiador de la Ciudad y promotor de su rescate, expuso que “ese poblamiento debe haber sido en un punto indeterminado de la Ensenada de la Broa, (…) que puede estar entre Batabanó y Melena del Sur. Sin embargo, donde está prendido el sentimiento desde largos años, por generaciones, de que La Habana nació allí, es en Mayabeque, Melena del Sur”. Y ofrecía con certeza estas palabras: “… yo recorrí el camino desde Melena hasta la playa Mayabeque. Y ese camino misterioso está siendo objeto de un estudio muy profundo por parte de arqueólogos, de investigadores, tratando de hallar esa Atlántida perdida, que es la pequeña aldea de La Habana primigenia”.
La ciudad-hogar
Sentirse habanero es un concepto compartido, incluso, por aquellos que emigraron de otras latitudes y se aplatanaron en la ciudad-hogar. La forma de hablar y de vestir (de sus residentes) muestra ese ajiaco que se percibe, huele, se impregna en la memoria, seduce, atrapa y contamina el deseo de quedarse, para vivirla, hasta en el más conservador de sus ciudadanos. Considerarse habanero de pura cepa es, también, parte del orgullo territorial; pero “de pura cepa” define solo el nacimiento en cualquiera de sus 15 municipios. No obstante, aún puede escucharse, tal referencia, a personas cuyo árbol genealógico tiene raíces hasta en la Cochinchina* y más allá...
Rescate en intramuros
El rescate y restauración de la parte vieja de la ciudad, Patrimonio de la Humanidad, a cargo de la Oficina del Historiador de la Ciudad, ha sido una de las acciones precursoras en el desarrollo y futuro de La Habana, mediante una administración moderna, eficiente y sustentable de sus recursos patrimoniales que permitan su armonía con las nuevas tendencias arquitectónicas en el uso de materiales y técnicas de construcción, así como mostrar la capacidad de hacer avanzar proyectos que pudieron ser considerados un sueño.
Quienes desandamos sus calles hace poco más de cuatro décadas, aún recordamos el visible deterioro hasta el punto de temer caminar por La Habana Vieja sin el temor de naufragar en un bache o ser víctimas del derrumbe de un inmueble.

Las frases más comunes, entre nuestros paisanos, se atribuían a la destrucción progresiva de los viejos edificios de la periferia local que rodea el centro colonial que guarda parte de la génesis de la memoria histórica de la capital cubana. Vuelvo a citar al Doctor Eusebio Leal Spengler, Historiador de la Ciudad, quien nada hubiera podido hacer –en mi criterio- sin esa visión del Líder histórico de la Revolución cubana, Fidel, para entender (con esa precisión matemática e indagadora) lo que ocurrirá, siempre, veinte años después.
Las visiones de Leal resultaban de difícil aceptación en sus primeros intentos por rescatar la ciudad, casi una quimera. Pensar la maravilla de lo que vemos hoy en el Centro Histórico de la capital, confirman los resultados de aquella relación entre Fidel y Eusebio para desatar los resortes que sostenían la quimérica, estrategia urbanística que exigía del Estado cubano, el aporte de un considerable y sostenido financiamiento, en medio de la extrema situación económica del país bloqueado -asediado por Estados Unidos con el reforzamiento de sus leyes extraterritoriales-, en su propósito de impedir que Cuba siguiera adelante con sus planes de desarrollo.
No se puede hacer referencia a la historia de La Habana sin tener en cuenta las profundas huellas que dejó la etapa clímax del período especial, a finales del pasado siglo, sin tener en cuenta estos factores objetivos, tangibles y crudamente reales. Pero sobre todo para comprender cómo todo ese esfuerzo se tradujo en la continuidad de otras obras que ahora permiten ofrecer el rostro hermoso de la ciudad y ser reconocida como Ciudad Maravilla, más allá de las zonas que bordeaban las murallas que la protegían…, una tarea titánica y revolucionaria en sí misma.
Sin prisa, pero sin pausa
La restauración del centro histórico colonial continúa su avance con nuevos proyectos y cada vez incorpora nuevas imágenes renovadas que nos alienta, sobre todo cuando se llegue, con la rehabilitación capital, al Palacio de las Ursulinas y se continúe hacia la antigua terminal de ferrocarriles, donde ya se trabaja.
En este camino se han forjado hombres y mujeres en el arte y el oficio de la reconstrucción (Escuelas Talleres a cargo de la Oficina del Historiador de la Ciudad), se ha potenciado inteligencia y consumidas muchas horas, incluidas las predeterminadas al sueño, para devolver la pintura original a los frescos pintados por artistas y artesanos en las paredes coloniales.
El rescate de otros inmuebles de indiscutible valor patrimonial y comunitario (en extramuros) como la Biblioteca Central de la Universidad de La Habana, en la búsqueda de soluciones a espacios de los cuales solo cuentan –los especialistas e historiadores- con fragmentos de fotografías marchitas o semidevoradas por los insectos y el tiempo, libros, reseñas, recortes de antiguos periódicos y retratos hablados que se pierden o contaminan por las travesuras de la memoria o de la mutación de las historias contaminadas y convertidas en leyenda, de boca en boca…, ese tesoro intangible que guardan los pueblos.
No siempre azul
Caminar por la zona de los antiguos muelles de caballería, seguir por el extenso malecón hasta la Chorrera, posibilita observar los cambios, cuando observamos a los pájaros marinos –símbolos inequívocos de la vida acuática que regresa porque encuentra un entorno límpido- lanzarse a las aguas en busca de cardúmenes.
Lamentablemente, dentro, en la bahía, la costra de años de indisciplina ha dejado como huella el engomado proveniente de residuales de combustibles fósiles y otros derivados del petróleo que provocaba el achique de los buques atracados en el puerto, con ese olor característico del aceite quemado por los motores marinos y el vertimiento de aguas negras provenientes de las industrias que nacieron mal, en los alrededores del otrora principal puerto mercantil del país.
Dentro de unos años, a partir del desarrollo del puerto de Mariel –ubicado en la provincia de Artemisa, a menos de cien kilómetros del oeste del centro de la capital-, deben acelerarse los trabajos para el saneamiento de la bahía y la purificación de los ríos que vierten sus aguas negras como el Martín Pérez, Luyanó y el arroyo Tadeo. Desde hace unos años se construye una planta de tratamiento de estos residuales, muy cerca del antiguo punto de peaje para la entrada a la Vía Blanca.
Una ciudad de tradiciones
Según consta en el Plan Maestro para la Revitalización Integral de La Habana Vieja, la ciudad es rica en tradiciones de ordenamiento y reglamentación urbanística. Sin embargo, “dentro y en extramuros” pueden observarse todas las variantes posibles de construcción que incluye desde la profusión de la moda y continuidad de las “barbacoas”, en cualquier espacio habitacional de puntal alto, hasta el desate de una especie de huracán constructivo que colisiona contra las normas establecidas mediante severas rachas de violaciones en fachadas y nuevas viviendas.
La necesidad de poner freno a esta avalancha de indisciplina social de actividades constructivas no autorizadas, obligó a establecer un mayor control de las regulaciones vigentes para la modificación y construcción de nuevos inmuebles y que tiene sus raíces históricas en las acciones del oidor Alonso de Cáceres, quien elaboró (en 1574) sus famosas Ordenanzas para el buen gobierno de la Ciudad de San Cristóbal de La Habana y de todos los pueblos de la Isla, presentadas al Cabildo habanero y promulgadas oficialmente en 1641.
Valga recordar que, durante siglos, sirvieron de modelo sobre cómo construir asentamientos en el resto de la América española.
Pero la modernidad llegó con el crecimiento de la cosmopolita urbe hasta copiar edificios de estilos avanzados de ciudades norteamericanas y que ostentaron, durante años, la primacía mundial en las edificaciones de hormigón armado como los edificios: Habana Libre y el Focsa, este último considerado entre las siete maravillas de la ingeniería civil cubana (1956, el segundo más alto del mundo en su tiempo, después de uno construido en Sao Paolo, Brasil) y restaurado hace unos años en una compleja operación constructiva. En su proyecto y ejecución se encontraban el arquitecto Ernesto Gómez Sampera y los ingenieros Luis Saénz Duplace, Bartolomé Bestard y Fernando Meneses.
De estas siete maravillas constructivas, la capital posee cuatro y media: el mencionado Focsa (121 metros de alto), el Tunel que atraviesa la bahía (733 metros de largo), el acueducto de Albear, el túnel del alcantarillado de La Habana (1908-1915), que preveía desplazar por gravedad -y por debajo de la bahía- todos los desperdicios de la urbe, una audaz obra de ingeniería, y parte de la Carretera Central.
Del barrio y sus voces
El crecimiento de La Habana se extendió, con la Revolución, en el movimiento de microbrigadas que posibilitaron realizar los barrios (década de los setenta y ochenta): Alamar, edificios en Nuevo Vedado y San Angustín, precedidos por el residencial Camilo Cienfuegos y los módulos triplantas próximos a la Plaza de la Revolución y en otras localidades del territorio, a cargo de la arquitecta, miembro del Ejército Rebelde y fundadora del Frente Cívico de Mujeres Martianas, Pastora Núñez (Pastorita), quien estuvo al frente del Instituto Nacional de Ahorro y Viviendas e impulsó los planes habitacionales del gobierno revolucionario en la década de los sesenta.

Actualmente y desde 1976 –con la División Político Administrativa-, devino en un territorio integrado por 15 municipios y sus correspondientes barrios, casi todos con una identidad arquitectónica propia que les permite ser reconocidos en fotografías o materiales audiovisuales.
Los barrios habaneros son como afluentes de una forma de expresión única con relación al resto del país. Casi todos sus habitantes defienden un fragmento, del ser habaneros, al considerarse autóctonos bajo el orgullo del patronímico que les funciona como un atributo entre sus conciudadanos cuando necesitan expresar el origen de su “patria chica” en cualquier lugar del país o del mundo.
Tomo prestado y parafraseo el título de libro: Del barro y las voces, de la doctora Graziella Pogolotti, nacida en París en 1932, y cuyo nombre recuerda el de un conocido barrio hacia el oeste, en Marianao y próximo a La Lisa.
Pogolotti fue el primer barrio obrero proyectado y construido en Cuba (104 años de edad). A esta experiencia le sucedieron otras pocas, escasas y aisladas, durante la primera mitad del siglo XX, entre las cuales se destaca el llamado Barrio Obrero de Guanabacoa, donde en 1950 el arquitecto Antonio Quintana proyectó, junto a la vivienda unifamiliar aislada, edificios multifamiliares que aun hoy exhiben su calidad de diseño y ejecución.
Lamentablemente el espacio no queda para más y como dice el refrán: “no se puede meter La Habana en Guanabacoa, pero nada sería el barrio sin sus voces. De esta forma podemos epilogar al referirnos al peculiar dialecto de los habaneros y sus defensas para justificar las dislalias regionales en el uso singular del idioma materno: un trastorno en la articulación de los fonemas y la absorción de algunas consonantes que varía, en cada región del país, de acuerdo con las nuevas tendencias en el uso de la lengua. Sin embargo, esta condición ha sido parte de la simpatía generada para el contrapunteo, entre provincias, hasta el punto de asumirse frases y giros idiomáticos, de todas partes, de manera que apenas permite diferenciar a nativos o recién llegados, a la capital de todos los cubanos.
La ciudad habitada

En este artículo es conveniente terminar con las palabras del Historiador de la Ciudad, para destacar el nombre imprescindible de quien hizo posible que La Habana fuera certificada por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad y compartir otra razón más para festejar este aniversario 501.
“Yo quisiera en este día recordar muy particularmente a la Dra. Marta Arjona, que jugó un papel muy importante en esa defensa internacional del tema. Yo pienso que sería grave ignorarlo.
“No voy a negar que en todo el mundo, la UNESCO reconoció como una experiencia singular el proyecto de manejo y gestión del Centro Histórico de La Habana, basado esencialmente en el Decreto 143 de octubre de 1994, resultado de la voluntad del Estado, de la voluntad política y del diseño personal que el compañero Fidel realizó en varios días de trabajo en que me consultaba, en que trabajamos sobre el documento que habíamos presentado.
“Él lo rectificó, lo cambió, lo modificó, creando un modelo muy importante, basado en la experiencia que ya teníamos, cuyo discurso fundamental es que en países como los nuestros no se puede pretender hacer un desarrollo monumental aislado de la cuestión social y del desarrollo comunitario, sobre todo en la ciudad habitada”.
Municipio Cabecera Repartos, barrios y poblados.
Arroyo Naranjo Zona urbana Poey, Santa Amalia, Mantilla, La Palma, Víbora, Los Pinos,
Calvario, Managua, Güinera, Reparto Eléctrico, Párraga.
Boyeros Rancho Boyeros Santiago de las Vegas, Rancho Boyeros, Calabazar, Abel Santamaría, Fontanar, Wajay, Altahabana, Capdevila, Aldabó.
Centro Habana Todo Cayo Hueso, Dragones (Barrio Chino), Colón, Los Sitios, Pueblo Nuevo
Cerro Zona urbana El Cerro, Casino Deportivo, Las Cañas, Palatino, El Canal.
Cotorro Núcleo urbano Santa María del Rosario, Cotorro, Cuatro Caminos, Alberro.
Diez de Octubre Todo Víbora, Santos Suárez, Lawton, Luyanó, Sevillano, Vista Alegre, Tamarindo
Guanabacoa Antigua V Guanabacoa, Chibás, D'Beche, Minas, Barreras, La Jata.
La Habana
del Este Alamar Alamar, Camilo Cienfuegos, Antonio Guiteras, Villa Panamericana, Cojímar, Guanabo, Boca Ciega, Campo Florido.
La Habana Vieja Todo Barrios del casco histórico, Tallapiedra.
La Lisa Zona Urbana Alturas de la Lisa, Arroyo Arenas, Bello 26, Valle Grande, El Cano, Punta Brava, Arimao, San Agustín, La Coronela.
Marianao Todo Los Quemados, Pogolotti, Los Pocitos, Santa Felicia, El Palmar, Belén, Zamora, Coco Solo.
Playa Todo Miramar, Buenavista, La Ceiba, La Sierra, Kolhi, Siboney, Atabey, Santa Fe, Jaimanitas, Flores, Cubanacán, Almendares.
Plaza Todo Nuevo Vedado, El Vedado, Príncipe, Plaza, Puentes Grandes.
Regla Núcleo urbano Regla, Casablanca.
San Miguel Núcleo urbano San Miguel, Diezmero, Alturas de Luyanó, Rocafort, San Francisco de Paula, Jacomino, California, Juanelo, La Rosalía, La Fernanda.
Ver además:

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