Sin el Castillo de los Tres Reyes del Morro, las fortalezas de San Carlos de la Cabaña, la Punta y el Castillo de la Real Fuerza, La Habana nos parecería incompleta. Escondido hasta hace poco entre la vegetación de la Loma de Soto, el Castillo de Santo Domingo de Atarés, dentro de poco podrá ser visitado y pasará del anonimato a la foto ineludible. 

No es un secreto. De acuerdo con el historiador Ignacio Suárez, especialista del Instituto de Historia de Cuba y experto en historia militar, las obras defensivas ubicadas en el entorno urbano están muy arraigadas en la cultura y la identidad de la ciudad que va a cumplir sus 500 años. 

El Morro, la Punta y la Real Fuerza no fueron suficientes para impedir la toma de La Habana por los ingleses en 1762. Tal vez la historia fuera otra si el mando español hubiera prestado atención a la Loma de Soto. Según explicó Suárez, en recorrido por la fortaleza, durante esos acontecimientos, la junta de guerra se percató que era necesario ubicar allí un reducto de campaña temporal, con diez cañones. “La obra se concluyó el 4 de agosto, pero los cañones no llegaron a tirar, porque La Habana capituló el día 13”, dijo. 

En 1763, por acuerdo de las majestades de Inglaterra y España, se cambia La Habana por la Florida y el rey español, Carlos III nombró al conde de Ricla gobernador de la Isla. “Su misión fundamental era refortificar La Habana, hacerla inexpugnable, para que los sucesos de 1762 no se repitieran”.

Con el conde, agregó el historiador, llegaron ingenieros, maestros constructores y recursos. Primero, repararon las fortalezas dañadas, comenzaron la construcción de San Carlos de la Cabaña y, a finales de 1763, el Castillo de Santo Domingo de Atarés, una obra de avanzada del segundo sistema de fortificaciones, bajo la batuta del ingeniero belga Agustín Crame. Pese a los tropiezos de construir sobre un islote rodeado de agua, en una loma de 30 metros, la obra concluyó en 1767. “Una carta al rey, fechada el 4 de octubre de ese año, da cuentas de que el castillo estaba prácticamente terminado y en funciones”. 

Un Castillo que no es tal 

Se le llamó Castillo de Atarés, en honor al padre de Ricla, el conde de Atarés. Contaba con un foso seco, un puente levadizo, dos cuarteles –infantería y artillería–, capilla, polvorín, aposentos del comandante de la fortaleza, salas de avituallamiento, cocina, almacenes, calabozo, dos aljibes y una pequeña plaza de armas. 

Sin embargo, destaca Suárez, en los términos que empleaban los ingenieros en la arquitectura renacentista, un castillo era una fortificación con más de tres baluartes: salientes para realizar fuego de plano. Atarés no los tenía, era apenas un fuerte o una gran batería, pero hasta hoy conserva la categoría de castillo.

Según pasan los años 

La función principal de la fortificación no era defender la entrada por mar, sino, junto al Castillo del Príncipe, en la Loma de Aróstegui, evitar el acceso por el frente terrestre. Según Suárez, por esa razón los muros que dan a la bahía tienen apenas un metro de ancho, mientras los del lado opuesto, más de siete. 

Mucha es la historia que guardan las paredes y piedras del lugar; durante el gobierno de Gerardo Machado fue convertido en centro de tortura y asesinatos, entre ellos, los del líder obrero Alfredo López, el portuario Margarito Iglesias y el estudiante Félix Ernesto Alpízar, dijo Suárez.

“Es la única fortificación colonial que recibió fuego de combate, cuando en 1933, durante los acontecimientos del Gobierno de los Cien Días, recibió disparos desde los cruceros Patria y Cuba y desde otros emplazamientos cercanos”, destacó el historiador. 

En 1936, se creó allí una escuela de oficiales, mientras en 1948, se inauguró un museo y un centro de información militar. En la etapa revolucionaria, acogió sucesivamente la quinta comandancia de la Policía Nacional Revolucionaria; en 1961, el centro de entrenamiento de las Milicias Obreras Gráficas; en 1991, el Batallón de seguridad y servicios de la Marina de Guerra, hasta 1994, cuando pasó al Ministerio del Interior. “Hace unos cuatro años fue entregado a la Oficina del Historiador y se inicia la restauración interior, que debe concluir para su inauguración en noviembre. La exterior llevará aún mucho trabajo”. 

252 años y joven de nuevo 

De acuerdo con la ingeniera Elizabeth López, inversionista residente en la obra, del Departamento de Inversiones de San Isidro, el inmueble se encontraba en mal estado, con algunas bóvedas rajadas y con peligro de derrumbe. 

Las obras de restauración dan nueva vida al castillo de 252 años. Foto: Raquel Sierra

“Es una de las obras principales de la Oficina del Historiador por el 500 de la ciudad. Será un museo de sitio, un concepto donde el principal objeto museístico es la edificación en sí”, explicó Andy Gómez, especialista principal de los museos arqueológicos. 

Previsto para abrirse el próximo noviembre, tendrá como principal colección El genio de Da Vinci, con modelos a escala real de muchos de los dibujos del italiano. Contará también con una sala monográfica, sobre la historia del castillo y las construcciones militares de la etapa colonial. “Los visitantes podrán acceder a una tableta y mediante códigos QR, consultar información, imágenes de castillos y videos. Junto al Segundo Cabo y el Memorial de la Denuncia, es de los primeros museos del país en utilizar la tecnología en nuevos códigos comunicativos y museológicos”, concluyó Gómez.

Las obras de restauración dan nueva vida al castillo de 252 años. Foto: Raquel Sierra