Mi amiga Vidalina, me confesó: “mi día más feliz fue cuando vi en un puesto de viandas los pimientos búlgaros que había logrado adaptar a nuestras condiciones climáticas”. Como otros científicos, iba todos los días desde La Habana al Centro de Investigaciones Hortícolas Liliana Dimitrova, en Quivicán, para determinar cómo obtener semillas de vegetales y entregarlas a los campesinos para cosechar a gran escala.

La Ley de Reforma Agraria, con la naciente Revolución, cambió el panorama de la propiedad de la tierra en Cuba, proscribió el latifundio, los parceleros y favoreció a quienes la hicieran producir. Mirando a través de los años, también cambió la forma de alimentarnos. Surgirían centros donde los investigadores lograrían semillas más resistentes a plagas e incluso adaptar cosechas de invierno a condiciones tropicales.

Con esta evocación pienso en personas como Orlando, el presidente de la cooperativa de producción agropecuaria Niceto Pérez, quien aportaba la mayor parte de lo recolectado en bien de todos. A Clemente quien, en su Güines natal, obtenía los tomates más bellos de todo el territorio; o los hermanos Gómez, de Alquízar, especialistas, con rendimientos asombrosos en el cultivo de la papa, hasta el punto de tener el privilegio de llamadas telefónicas, visitas de Fidel a sus viviendas y el convertirse en asesores del Consejo de Estado con sus formas de producir.

¿Cómo no extrañar a Russó, de la Brigada 30 del Contingente Blas Roca Calderío, enamorado de los conocimientos aplicados en sus sembradíos de plátano fruta? ¿Y qué me dicen de José, Pepe, Ramírez, presidente de la Asociación de Agricultores Pequeños por muchísimos años, quien conocía a todos y narraba anécdotas increíbles? Al incansable Orlando Lugo Fonte con la difícil tarea de continuar en el cargo de Pepe.

Sonrío al recordar a Basulto, un dirigente agrícola quien decía: “Periodista, las mejores zanahorias son las pequeñas…” y les confieso que esas berenjenas –deliciosas al horno, fritas o con mayonesa–, nunca las he sabido comprar.