En los últimos tiempos hemos percibido la complejidad y hasta el tormento que representa acudir a un cajero automático o entidad bancaria, ante cualquier requerimiento de efectivos o transacción comercial. Resulta una dura realidad que, a todos, de una u otra manera afecta, a pesar del incremento de servicios y transferencias a través de tarjetas magnéticas las cuales no siempre logran la inmediatez precisa.

Comprendemos las complejidades económicas financieras que atraviesa el país con el infame recrudecimiento del bloqueo de Washington, pero creemos también que hay que seguir buscando fórmulas o alternativas para el alto número de personas de la tercera edad, con limitaciones físicas o simplemente por necesidad, que acuden a esos puntos para acceder, generalmente, a su salario o pensión.

Lamentablemente, no todas las personas disponen de las facilidades que ofrecen los pagos y servicios por tarjetas. Todavía contamos con gran cantidad de personas que no dominan, no tienen un celular, se consideran analógicos, o dependen del apoyo de otros, no siempre a su alcance.

Hay que contemplar el vertiginoso avance en la Isla del envejecimiento poblacional, y existe un considerable número de adultos mayores que no tienen a su lado un familiar cercano en quien delegar estas actividades , y las distancias para aquellos con poca disponibilidad de movimiento o traslado, son largas.

Cada día las colas para acceder a estas entidades bancarias o a los mecanismos de cajeros son más extensas, y a veces, aunque emplees entre tres o cuatro horas en espera para solucionar la adquisición del efectivo que se precisa, no se logra.

Se dan situaciones objetivas de interrupciones en las redes o falta de fluido eléctrico que lo limita, convirtiéndose la gestión en un verdadero martirio para quienes emplearon suficiente tiempo del poco disponible, en esa misión que se convierte en imposible.

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