Se me pierde en la memoria cuándo se empezó a acuñar la mala educación y la pérdida de ciertos valores con dos palabras: indisciplina social, denominación hoy por hoy comparable con un gran saco en el que también caben las actitudes antisociales, de variado rango, que desafortunadamente pululan por
calles y barrios.
Nada ayuda esa mezcla. Pienso que es uno de los motivos por los cuales gritar y hablar en voz alta donde no se debe o está prohibido, como una instalación de salud, se vea tan normal, porque más connotación tiene una riña, una discusión fuera de tono o tirarle piedras a un ómnibus.
No descubro el agua tibia al decir que una crisis económica genera tensiones sociales, pero… Es inadmisible justificar carencias materiales con comportamientos que distan de las buenas maneras que se supone hemos adquirido en la casa, en la escuela y acordes con el alto nivel de instrucción que existe en Cuba.
Esa debe ser la cadena o el escenario ideal. La realidad es que hay eslabones corroídos, débiles o rotos, según se comprueba cuando existe un análisis de los casos, sobre todo, si cae en manos de la justicia.
Comentarios de los lectores en otras publicaciones recalcan que el entorno es agresivo. Si a los niños no se les enseña a saludar y respetar, a ser honestos y participativos en labores hogareñas y del vecindario, difícilmente podrán proceder bien en sociedad. La escuela, los maestros también tienen su cuota en el invisible puzle o espejo en el cual mirarse para bien.
Y sigo con el escenario ideal, adecuado, para ponerle coto a la marginalidad, que siempre ha tenido sus practicantes, solo que en la actualidad alcanza niveles insospechados y nos agrede más que física, espiritualmente. Ese estadio que tarda más en recuperarse o cambiar que la economía.
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