“Fidel sorprendió a Lina, sin concederle un instante para el asombro o las lágrimas. Se abrazó prolongadamente, luego de unos cuatro años de separación que por su intensidad y lo sufrido parecían mil siglos (…) Fidel reparaba en el cansancio de la vieja, adusta y frágil en sus vestiduras, en su sonrisa y en su voz. Ella se preguntaba cómo era posible aquel milagro de tenerlo allí, porque aún seguían los combates y la guerra no había llegado a su fin”.

Cuenta Katiuska Blanco lo sucedido el 24 de diciembre de 1958, casi al terminar la contienda, cuando el líder regresó a casa por unos momentos. Fluye así el recuento del humanismo matizado por artilugios narrativos en “Todo el tiempo de los cedros”. Pero en lo adelante Fidel no sería solo de Lina, Fidel pertenece al corazón de todos los cubanos, que encontrarán su huella en disímiles obras literarias.

Todavía estremecen las letras de La Historia me absolverá, con ese olorcillo a zumo de limón que evoca los desvelos de Melba, Haydée y otros combatientes de la clandestinidad, afanados en la tarea de reproducir para Cuba y el mundo tan importante alegato de autodefensa.

Para construir una biografía a dos voces, el periodista Ignacio Ramonet, director del Le Monde Diplomatique, tuvo el privilegio de establecer el diálogo con entrevistado certero. Quedó para nosotros “Cien horas con Fidel”. En sus respuestas, confiado en la continuidad de una obra colectiva, la Revolución Cubana, el Comandante aseveró:

“No hemos terminado ni mucho menos. Vivimos en la mejor época de nuestra historia y la de más esperanza de todo, y usted lo ve en todas partes (…) La revolución no se basa en ideas caudillistas, ni en culto a la personalidad (…) La revolución se basa en principios. Y las ideas que nosotros defendemos son, hace ya tiempo, las ideas de todo el pueblo”.Permanecerán también en la memoria sus ideas sobre la teología confesadas a Frei Betto, en “Fidel y la Religión”. Justamente desde la visión de aquel muchachito que se enfrentó a los férreos preceptos del catolicismo en un colegio jesuita, convertido luego en impulsor de la inclusión social.

¿Cómo no encontrar en los libros a nuestro gigante barbudo? Su impronta transgredirá siempre la caducidad del papel y la tinta de impresión. Inmortal es ya su épica, contada por firmas diversas, listas para la consulta on-line, en librerías o bibliotecas.