El médico y biólogo cubano, Carlos Juan Finlay, dio a conocer que el mosquito Aedes Aegipti era el agente transmisor de la fiebre amarilla, el 14 de agosto de 1881, sin embargo, su investigación no fue tomada en cuenta.

Había nacido en Camagüey el 3 de diciembre de 1833, aunque desde la infancia vivió en La Habana. Estudió en Francia en 1844, pero regresó a Cuba debido a una enfermedad. Luego retornó en 1848 para culminar sus estudios.

Ingresó en el Jefferson Medical College en Filadelfia, Estados Unidos, donde se graduó de doctor en medicina el 10 de marzo de 1855. Más tarde revalidó el título en la Universidad de La Habana.

Foto: Cubadebate

Dedicó gran parte de su vida a estudiar la fiebre amarilla hasta descubrir que su agente transmisor era el mosquito Aedes Aegipti y que la hembra fecundada propagaba la enfermedad.

Viajó a Washington a principios de 1881, como representante del Gobierno colonial ante la Conferencia Sanitaria Internacional. Allí presento por primera vez su teoría de la transmisión de la fiebre amarilla por un agente intermediario sin mencionar al mosquito, pero su hipótesis no fue bien acogida.

Regresó a Cuba y continuó sus estudios con personas voluntarias. De esta forma comprobó su teoría y que si un individuo era picado por el mosquito infectado, quedaba inmunizado ante futuros ataques de la enfermedad. Así surgió el suero para su tratamiento.

En agosto presentó su trabajo investigativo ante la Academia de Ciencias Médicas de La Habana. No obstante, pasaron 20 años para que le prestaran atención. El general Leonard Wood, gobernador de Cuba, pidió que probaran su teoría a principios del siglo XX.

Paralelo a este hecho, el médico militar, William Crawford Gorgas, Jefe Superior de Sanidad en La Habana, creó una Comisión Cubana de la Fiebre Amarilla, por iniciativa de Finlay. Entre los dos realizaron una campaña contra el mosquito y aislaron a los enfermos, por lo que lograron erradicar la enfermedad en solo siete meses.

Finlay falleció en La Habana el 19 de agosto de 1915. En 1935 se reconoció, de manera unánime, que este eminente investigador fue el primero en establecer científicamente el principio de la transmisibilidad de las enfermedades infecciosas y en formular los principios higiénicos para la prevención de la fiebre amarilla.