Dulce María Loynaz (1902-1997) es reconocida como una de las más grandes poetisas del siglo XX cubano, merecedora del Premio Nacional de Literatura en 1987 y del Premio Miguel de Cervantes en 1992. Publicó sus primeros poemas en La Nación en 1920 y siete años más tarde aprobó los exámenes para doctorarse en Derecho Civil, en la Universidad de La Habana. Fue miembro de la Academia Nacional de Artes y Letras, de la Academia Cubana de la Lengua y de la Real Academia Española. Entre sus obras se encuentran Canto a la mujer estéril (1937), Juegos de agua. Versos del agua y del amor (1947), Jardín (1951), Últimos días de una casa (1958) y Un verano en Tenerife (1958). De ella escribió el poeta y profesor dominicano Max Henríquez Ureña en 1954: “Trae consigo una nueva sensibilidad. En sus versos la realidad y la fantasía suelen entrelazarse y confundirse a tal grado, que a veces resulta imposible marcar una línea divisoria entre las dos...”, mientras que en 1987 para Ángel Augier, crítico y periodista cubano, su obra poética era “flor de excepción de la cultura nacional (…)” y su poesía “una presencia inolvidable del alma cubana”.

En mi verso soy libre
En mi verso soy libre: él es mi mar.
Mi mar ancho y desnudo de horizontes…
En mis versos yo ando sobre el mar,
camino sobre olas desdobladas
de otras olas y de otras olas… Ando
en mi verso; respiro, vivo, crezco
en mi verso, y en él tienen mis pies
camino y mi camino rumbo y mis
manos qué sujetar y mi esperanza
qué esperar y mi vida su sentido.
Yo soy libre en mi verso y él es libre
como yo. Nos amamos. Nos tenemos.
Fuera de él soy pequeña y me arrodillo
ante la obra de mis manos, la
tierna arcilla amasada entre mis dedos…
Dentro de él, me levanto y soy yo misma.
Fuentes: Cubaliteraria y Diccionario de la Literatura Cubana.

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