En Estados Unidos, nación autodenominada, por centurias, como “paladín de los derechos humanos y la democracia” se pone de manifiesto hoy una política institucional más próxima a otrora practicas fascistas que a las de libertad y democracia.
Washington no es signatario de importantes acuerdos a nivel mundial orientados al respeto de principios y postulados del derecho humano e internacional. Demanda acciones y sanciones a países que supuestamente la Casa Blanca considera que no respetan derechos establecidos por la Asamblea General de las Naciones Unidas y sus diversos instrumentos de supervisión y control por ramas y temáticas especializadas.
Sin embargo, no hay gobierno en el mundo actual que quebrante más la paz y estabilidad de vida de millones de seres humanos, migrantes, que el de los EE.UU. La inmigración que por décadas ha radicado en Norteamérica contribuyó a la formación y desarrollo de esa nación, aportando con creces al progreso de ese país en diferentes estructuras de la sociedad, (generalmente en las actividades y servicios que a los estadounidenses no les complace trabajar), y ahora de manera grosera, agresiva y criminal, son expulsados o apresados, en su mayoría sin haber cometido delito alguno en ese territorio.
La emigración es un fenómeno universal dado por varias razones; esencialmente por situaciones económico-sociales precarias en sus pueblos de origen, guerras y persecución política.
Pero la migración que llega a los EE.UU. es en buena parte económica, y tiene como causa esencial la expoliación de los recursos de las poblaciones de origen, provocando pobreza extrema y abismales diferencias de clase y raza, a lo cual se suman las campañas publicitarias a través de medios y agencias de comunicación occidentales, más Hollywood, que lo promueve como el país de las “oportunidades, la libertad, y democracia”, la misma que fomenta cárceles como la barbarie Alcatraz, la ilegal Base de Guantánamo, la “antiterrorista” de El Salvador, entre otras que generan las políticas anti derechos humanos.
Son acciones crueles y en algunos casos muy similares a las aplicadas por los nazifascistas en el pasado siglo, al incluir además en esa macabra estrategia, la separación de niños de sus padres, madres, y familias completas.
La administración Trump instrumenta redadas antiinmigrantes salvajes, las comunidades de migrantes en ese país viven en zozobra, tensión y miedo a ser apresados en condiciones infrahumanas, o ser deportado y perder sus estudios, trabajos, familias y amigos creados durante años de duro bregar en ese país. Hay manifestaciones de injusticia, sin precedentes.
El mundo observa atónito esa maquinaria instrumentada por el gobierno estadounidense que preside el magnate Donald Trump, el cual junto a los aranceles impuestos al comercio exterior sigue creando desestabilización, y repulsa internacional.
Los derechos humanos deben ser de estricto respeto por toda la comunidad de naciones adscripta a la ONU como entidad rectora, nadie tiene impunidad ante hechos que laceren vidas humanas, de ahí las codenas por doquier al régimen sionista de Israel en su genocida cruzada contra Gaza y territorios palestinos y árabes. Y por si fuese poco, hay aliados que apoyan y colaboran con los fehacientes crímenes que genera el señor primer ministro Benjamín Netanyahu con sus huestes invasoras.
¿Hasta cuándo Norteamérica, el pueblo estadounidense, sus instituciones, tribunales de justicia, el Congreso de EE.UU. y los hombres dignos y gobiernos de buena voluntad también de Europa, América Latina, Asia, África, y del mundo en su conjunto podrán soportar tanto desprecio por la vida de seres humanos?
Lo primero que debería hacer Washington es derogar toda la arbitraria y mal seleccionada política de bloqueos, (como el de Cuba que por injusto y criminal tanto degrada a EE.UU), las sanciones de corte extraterritorial, el fomento de las guerras, la cruel cruzada antinmigrante en la propia tierra auto declarada de “las oportunidades”. Y, sobre todo, aportar más al desarrollo sostenible y menos a la carrera armamentista y a criminales de guerra como el de Tel Aviv, reconocido internacionalmente por sus actos genocidas.