Luego de la II Guerra Mundial cuando se derrotó al nazifascismo, surgió la Organización de Naciones Unidas con el fin de preservar la paz y defender el derecho internacional de los Estados a la autodeterminanción e independencia. Era de esperar entonces que se impondría la armonía entre los países y florecería el desarrollo sostenible y un mundo mejor, más justo y solidario para la nueva centuria, el año 2000.

Sin embargo, luego de más de 70 años no ha sido posible sustentar la paz en toda su dimensión, a pesar de años de descolonización en que vendría además la denominada era de Guerra Fría con el enfrentamiento entre bloques integracionistas, esencialmente militares, como el Pacto de Varsovia y la OTAN. El primero desapareció con la desintegración del campo socialista en los años 90 del pasado siglo, pero la Organización del Atlántico Norte continuó autoproclamándose gendarme mundial, y sigue presente en varias latitudes del planeta, aún sin ser invitados por los pueblos que cohabitan las tierras circundantes.

Lo mismo ocurre con el fomento del Complejo Militar Industrial desarrollado por las potencias después de la última conflagración mundial y encabezado por Washington que mantiene políticas intervencionistas e injerencia en países de disímiles zonas geográficas. Y aunque no es la única, es la que mayores efectivos y medios de combate tiene diseminados por el orbe, cientos de bases militares, además de tropas en decenas de naciones, y en algunos lugares, contra la voluntad de los pueblos.

Por ejemplo, el Comando Sur de EE.UU recorre aguas territoriales de América Latina con pretextos de combatir el narcotráfico, y asume otros roles que nada tienen que ver con su anunciada misión, ni con el respeto a la autodeterminanción de las naciones.

A pesar del rol de mediador de conflictos que generalmente trata de asumir la ONU, no siempre se logra. Existen hoy dos beligerancias muy peligrosas en el mundo que pueden agravarse hasta consecuencias ilimitadas, la guerra en territorio de Europa entre Rusia y Ucrania y la que también se torna muy complicada entre Israel y Palestina, y en ambos casos las causas que lo generaron, podían haberse evitado.

Desde el año 2014 regiones de Ucrania como Donetsk y Lugansk  con mayoría de población rusoparlante sufrieron agresiones y vejámenes que no fueron resueltas por la vía del diálogo y la comprensión entre las partes en disputa, como debió concebirse. Y sobre el histórico diferendo Israel-Palestina, desde hace décadas las Naciones Unidas dictaminaron resoluciones y acuerdos para la creación de dos estados independientes lo cual incluía delimitación de tierras de ambas partes.

No obstante, el gobierno de Tel Aviv no cumplió ninguna de esas disposiciones de la ONU como representante de la comunidad internacional, y por el contrario, desde 1967 la invasión de tierras y la nueva modalidad de colonialismo y asentamientos judíos se extendió contra el pueblo palestino asediado por años y sin posibilidades de decidir su futuro como Estado soberano e indepediente.

Tampoco la Casa Blanca, aliado de Israel, ha contribuido a la solución defintiva del conflicto, de ahí que el mismo siga agravándose y esa región que en la actualidad se encuentra en ebullición ante la desproporcionada escalada guerrerista del gobierno de Netanyahu que intenta arrasar con el pueblo de Gaza (donde residen unos dos millones de seres humanos, un gran número de niños y ancianos), lo cual sería repetir el otrora genocidio realizado por los nazisfascistas contra la población judia. La diferencia de intentar repetirse la barbarie sería que va dirigido contra el pueblo palestino.

Pero en este siglo de civilización y de salvaguarda de los derechos humanos sería inadmisible cualquier manifestación fascista lacerante de la vida humana, y tendría respuesta unánime e inmediata, de la comunidad internacional.

La Paz real, definitiva, entre los pueblos de Israel y Palestina debe lograrse. Ello evitaría la desestabilización y el incremento de la escalada en el Oriente Medio, y su incidencia directa en la paz mundial.

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