En los Estados Unidos de América, este 20 de enero se efectuó la transferencia de gobierno del presidente Donald Trump a Joe Biden, republicano y demócrata, respectivamente.

La inmensa mayoría de los expertos que vienen evaluando el legado dejado por el magnate Trump al mandatario entrante, coinciden en que no solo el pueblo de los Estados Unidos de América ha sido víctima de la administración más irracional y disparatada de la historia, también el mundo es testigo de los desatinos del ex presidente.

Países como Cuba han podido constatar una de las crueldades más atroces practicadas por el ex dignatario estadounidense; el recrudecimiento del bloqueo económico, comercial y financiero a extremos inimaginables, y en un contexto de letal pandemia como la COVID-19 en que la Humanidad precisa de unidad, solidaridad y colaboración. Y por si fuese poco, de manera inmoral y cínica añadieron a la Mayor de las Antillas en una espuria lista de “países patrocinadores del terrorismo”, cuando es precisamente la Isla la que mayor daño ha recibido por las estrategias terroristas orquestadas en suelo norteamericano, las cuales han dejado un saldo en la nación caribeña de más de 3 000 muertes y un mayor número de heridos e incapacitados.

De igual manera, e independientemente de las diferencias ideológicas de los sistemas políticos existentes en la comunidad formada por Naciones Unidas, el señor Trump ha quebrantado la convivencia pacífica, el derecho internacional y burlados impúdicamente convenios y acuerdos multilaterales. Entre los más significativos se ubican la salida de EE.UU del Acuerdo de París sobre manejos medioambientales, retirada de la Organización Mundial de la Salud, OMS, en un momento de pandemia global con consecuencias muy graves, no solo para ese país, sino para el planeta.

De abusivo ha sido catalogado, también, el trato dado a los migrantes en sus fronteras, niños separados de sus familias, algunos fallecidos a causa de enfermedades durante su estancia en centros de detención, y otros víctimas de traumas psicológicos por esas injustas condiciones.

Las reiteradas sanciones y la persecución desenfrenada e ilegal a empresas, navieras, y entidades radicadas en otros países por el mero hecho de comerciar con naciones no complacientes a Washington son un modus operandi de los funcionarios de la Casa Blanca, quienes sin decoro alguno han aplicado los acápites 3 y 4 de la Ley Helms- Burton con toda la extraterritorialidad que contienen.

La salida del pacto de no proliferación nuclear con Irán, abandonar compromisos contraídos también con aliados como la UE, e incumplir acuerdos en los que participó Estados Unidos junto a la Unión Europea es otro de los temas en los que se embaucó el señor Trump de manera unilateral.

Con respecto a la América Latina y el Caribe, el gabinete saliente del magnate presidente arremetió con marcada injerencia y prácticas subversivas contra Venezuela, Cuba, Nicaragua, al tiempo que chantajeó a otros gobiernos de la región amenazándolos con fuertes represalias por mantener relaciones armónicas y de cooperación con La Habana o Caracas, pero también por estrechar vínculos con China, y Rusia.

Asimismo, Trump generó y apoyó barrabasadas fenomenales como las de reconocer al otrora diputado Juan Guaidó como “Presidente” de la República Bolivariana de Venezuela, solo asimilado y de forma virtual, por sus más acérrimos lacayos en el continente y otros pocos desconocedores o muy mal informados de la realidad de ese territorio del Sur que decidió en las urnas a sus representantes haciendo valer su derecho a la autodeterminación, sin injerencia foránea.

Igualmente vulneró disposiciones de la ONU como el reconocimiento del pueblo palestino a su independencia, trasladando la embajada estadounidense a Jerusalén de manera unilateral y con signos de prepotencia imperial, como gesto de mutuo interés con Israel, avivando además la división en el mundo árabe.

En la historia de Norteamérica queda refrendado cómo Trump exacerbó la segregación racial, la actividad de ultrareaccionarios, y de supremacistas blancos armados con avidez de imponer sus cláusulas de corte fascista. Ello incidió en que de forma sorpresiva fuese asaltado el Capitolio de EE.UU., acontecimiento que resultó ejemplo del odio y la fragmentación en la población fomentada en los últimos años en esa nación que se autoproclama “defensora de la democracia y los derechos humanos”, y erradamente ha creído ser además, gendarme mundial.

El insensato accionar del ex presidente de la Casa Blanca mucho ha tenido que ver con las necias estrategias y los sucesos acontecidos en la capital norteamericana u otros Estados por parte de sus fanáticos. Estos fueron incentivados con expresiones coléricas, llamados a desconocer las elecciones, y acudir a manifestaciones que promovían desordenes, y trajeron por consecuencia la vulneración de la propia Constitución de ese país.

La humanidad está expectante ante los desafíos que enfrenta Joe Biden, quien asume la presidencia con cientos de problemas sin solucionar en lo interno y externo, y buena parte de ellos agudizados o creados por su antecesor, quien no fue capaz tampoco de asumir una actitud responsable y digna ante el avance vertiginoso de la COVID-19 y minimizar sus secuelas que han sido catastróficas.

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