El mundo sigue expectante al show electoral y judicial promovido por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump. La denuncia de fraude por parte del representante actual de la Casa Blanca crea un funesto precedente en Norteamérica al tiempo que desacredita su sistema electoral que tradicionalmente se ha autoproclamado “paladín de la democracia” en el planeta.

Luego de una semana del escrutinio del 3 de noviembre, esa nación continúa sin declarar oficialmente un Presidente, a pesar que el exvicepresidente Joe Biden obtuvo el triunfo, según los votos registrados.

Lo que hoy acontece en EE.UU. resulta insólito y vergonzoso, al ser precisamente la administración norteamericana la cual por décadas ha cuestionado procesos de elecciones desarrollados en otras naciones, y ejercido intromisión directa en asuntos internos de países soberanos e independientes. Entre los ejemplos más recientes podría señalarse la injerencia de Washington en cuestiones que solo conciernen a la República Bolivariana de Venezuela, a Bolivia, Nicaragua, Bielorrusia, y a otros pueblos que han efectuado elecciones en sus respectivos territorios.

Asimismo el magnate presidente Trump quien se aferra a no dejar el poder y sigue intentando involucrar al sistema judicial estadounidense y su Tribunal Supremo de Justicia pretendiendo ser favorecido con un dictamen de la máxima instancia, a sabiendas que no logró vencer a Biden, según los cómputos oficiales y con relación a los votos populares y electorales emitidos durante el proceso.

La madeja jurídica que instrumenta el mandatario norteamericano expresando irregularidades en los votos y solicitando nuevos recuentos contribuye a dilatar la transición presidencial en el país y también fomenta manifestaciones y mítines en las calles que pueden alcanzar altos índices de violencia y una mayor propagación de la pandemia de COVID-19 la cual aumenta considerablemente los casos diarios de contagios.

Esperemos que se imponga la sensatez y legitimidad del sistema electoral ante la arrogancia, amenazas, y chantajes habituales del inquilino de la Casa Blanca.