En los cuatro años del mandato del presidente Donald Trump en la Casa Blanca ha existido un incremento de la división y violencia en el país, particularmente contra las minorías, los hispanos, los afroamericanos e inmigrantes procedentes de naciones del Sur.
Y en su afán de ser reelegido a como sea, el dignatario estadounidense ha emitido pronunciamientos que contribuyen a fomentar el fanatismo y la desestabilización.
Trump ha señalado las posibilidades de fraude, y hecho énfasis en irregularidades del voto por correo, practica extendida en ese territorio, esencialmente en esta etapa de pandemia de la COVID-19 la cual además, el señor mandatario trata de minimizar convirtiéndose en un propagador del virus al evadir la importancia del uso de mascarillas en actividades públicas, a pesar de los más de 200 000 fallecidos y más de un millón de contagiados con el letal flagelo en esa nación.
En estos momentos que todavía se desarrolla el conteo de votos y el contendiente demócrata Joe Biden va siendo favorecido con el voto electoral que es el decisivo en ese país que suele promoverse como “democrático”, el magnate presidente se muestra airado y demandando revisiones y nuevos conteos en algunos Estados de la Unión en los que no ha sido beneficiado.
Mientras, en calles de Washington, New York y de otras partes del país se suceden manifestaciones y miles de ciudadanos que apostan por ambos contrincantes están movilizados, algunos en formas violentas y amenazadoras en espera del escrutinio final.
Existe en las ciudades un cruce de desbordadas emociones las cuales se teme puedan irse de control. De ahí que decenas de establecimientos comerciales e instituciones han cerrado sus puertas y blindado sus vidrieras por miedo a represalias, más aún en una población en que prevalece el uso indiscriminado de armas de fuego y coexisten grupos extremistas que siguen a Trump por sus comunes posiciones.
Los partidarios de Biden también están alertas ante las expresiones de ira del representante de la Casa Blanca que ha dicho en reiteradas ocasiones que no aceptará la derrota.

Llama la atención que el autoproclamado “paladín de la democracia y los derechos humanos”, el gobierno de los Estados Unidos, esté asistiendo a denuncias de fraude y arbitrariedades a lo largo de su territorio, potenciando la desconfianza en su propio sistema electoral, ese que ha tratado de vender ante el mundo como el mejor, cuando concurren en el aspectos que lo califican como carente de democracia participativa y verdaderamente popular. No es solo el mero hecho que postulen a sus candidatos los partidos y no el pueblo en sus condados o localidades, sino que además la victoria definitiva en las elecciones la alcanza el que logre los 270 votos electorales, independientemente consiga el voto popular, o no.
Esa es la retrógrada filosofía vigente en los EE.UU. sobre los procesos electorales, procede de antaño, (alrededor de tres siglos), y no parece estar por ahora, sujeta a cambios.
Han transcurrido unos dos días, tiempo suficiente para declarar al ganador de las elecciones presidenciales en cualquier país. Sin embargo, sigue dilatándose el proceso en Norteamérica bajo la mirada del mundo que observa detenidamente cuánto de doble moral se vislumbra en las autoridades que cohabitan la Casa Blanca y quienes critican chantajean, sancionan y bloquean a toda aquella nación soberana e independiente que no asuma sus designios.
La Organización de Estados Americanos, calla, cuando podría pronunciarse por la demora del proceso de conteo en EE.UU. y también rechazar las posturas amenazantes y de estímulo a la violencia enunciadas por el presidente Donald Trump. Si esto hubiese acontecido en otro país de Latinoamérica y el Caribe, ya el señor Luis Almagro, secretario general de la OEA, hubiese impugnado el comportamiento del proceso.
¿Puede resultar extraño ese mutismo de Almagro? Por supuesto que a nadie sorprende su silencio ante el servilismo de ese personaje al actual inquilino de la Casa Blanca.