Resulta indigno que un Presidente como el señor Iván Duque, que está atiborrado de problemas internos sin resolver, (incluyendo el más importante garantizar la vida de seres humanos y alcanzar la paz definitiva que demandan millones de hombres y mujeres de esa tierra hermana), esté dedicado con saña a agredir, por todas las vías posibles, a la República Bolivariana de Venezuela, la cual está enfrascada, responsablemente, en combatir la COVID-19, y defender su economía e independencia, a pesar de los bloqueos, las sanciones y las reiteradas campañas de desinformación y falacias sobre la realidad de ese pueblo.
No es sensato ni racional que en tiempos de una pandemia global de la cual no está exenta Colombia, su mandatario, en vez de instrumentar medidas urgentes de promoción de tratamientos gratuitos, y con inmediatez, para todos sus habitantes, -de frontera a frontera-, esté más ocupado en subvertir el orden y la tranquilidad ciudadana en el vecino territorio bolivariano.
De igual manera debería poner coto a los crímenes de líderes sociales, campesinos, indígenas, desmovilizados de las FAR-EP y de otros compatriotas colombianos que han perdido lo más preciado, sus vidas, ante la indiferencia y la no acción de ese gobierno.
Nada justifica la intervención en los asuntos internos de otros países, y menos aún cuando existe un tejado de vidrio tan sensible como el que azota a Duque por su incapacidad para la sostenibilidad de una paz acordada por las partes en conflicto, con la anuencia de las Naciones Unidas y varios Estados garantes y observadores. Ello solo ha contribuido a desacreditar con creces la gestión del dignatario colombiano y de sus allegados.
Un conflicto armado en la región de América sería catastrófico para los millones de pobladores, pero también para los grandes intereses económicos, políticos y sociales del continente. Y sobre todo, para aquellos gobiernos que secunden guerras y barbaries las cuales puedan conducir a un holocausto de grandes proporciones en una Comunidad que unánimemente apostó por la armonía, el desarrollo sostenible, y la colaboración justa para solventar los graves y profundos problemas que atraviesan sus pueblos.
Las invasiones militares e injerencias foráneas son plagas del pasado siglo de colonialismo salvaje y anacrónico en esta era tecnológica, de vastos adelantos científicos y civilización. Aquellos que se aventuren a beligerancias absurdas y comprometidas con mezquindades de centros de poder, de seguro serán condenados por la historia, los pueblos y pujanza de la justicia.