Resulta tradicional que el gobierno de los Estados Unidos incentive conflictos, chantajes y bravuconerías durante las campañas electorales. Es típico de ese sistema, en el cual predomina como fuente de sustentación, el capital, por encima, incluso, de la vida de los seres humanos.

Los candidatos a Presidente y a otros altos cargos en la administración mucho tienen que ver con los desembolsos de dinero recibidos y, difícilmente, un ciudadano estadounidense de pocos o medios recursos financieros pueda aspirar a formar parte de esa maquinaria de poder.

El actual dignatario y magnate Donald Trump aspira a la reelección, en momentos que mantiene varios frentes de discordia abiertos. En su mandato existe una agudización de los problemas de segregación racial y social, y de igual forma hay un crecimiento vertiginoso de la pandemia de la COVID-19, con repuntes en varias de sus localidades, fundamentalmente en California, Texas y Florida, entre otros.

También tiene Trump en su haber unos 40 millones de desempleados, cientos de niños separados de sus padres en áreas fronterizas con México, más un considerable número de sus ciudadanos, hispanos y de otros orígenes sin seguro médico, trabajo, y expuestos brutalmente a la pandemia en esa desarrollada nación de América.

De igual manera, se constatan políticas internas que han contribuido a elevar la violencia y desunión del pueblo norteamericano, el uso indiscriminado de armas de fuego y el consumo de drogas son flagelos que siguen ocasionando muchas víctimas, esencialmente entre adolescentes y jóvenes.

En el ámbito internacional, la Casa Blanca promueve conflictos, precisamente en un complejo panorama global que tiende a profundizarse con una honda crisis económica.

El señor Trump en vez de buscar distensión en la región, y también con países de Europa, Asia y Oriente Medio actúa irresponsablemente estimulando la inseguridad. Intenta desplazar tropas y medios bélicos de Alemania a Polonia y a otras fronteras próximas a Rusia, con el fin de cercar a ese pueblo, protagonista fundamental de la contienda contra el fascismo en el pasado siglo, el cual ofrendó más de 20 millones de vidas. No olvidar que la otrora Unión Soviética escribió heroicas páginas de sacrificio y coraje durante la II Guerra Mundial y fue decisiva en la erradicación de las huestes hitlerianas.

Así mismo la administración estadounidense practica el injerencismo, las sanciones y bloqueos a otras naciones, vulnera derechos refrendados por la ONU sobre el respeto al espacio aéreo y marítimo de Estados independientes como Venezuela, Siria, entre otros. Sostiene obcecada e ilegal persecución contra las transacciones comerciales e incluso hacia navieras extranjeras que transportan combustible a Cuba y a la República Bolivariana. ¿Con qué moral y derecho jurídico? Ninguno.

También EE.UU. aumenta su presencia militar en Colombia fomentando las beligerancias entre esta y el vecino pueblo venezolano, víctima principal de las medidas y las agresiones orquestadas desde Washington y cuales han tenido como escenario la frontera entre ambos países e incursiones armadas y terroristas.

Trump tiene en su mandato la peculiaridad de irrespetar tratados acreditados por Naciones Unidas. Igualmente viola de forma burda y arrogante los acuerdos relacionados con el diferendo entre Palestina e Israel, este último ocupando ilegítimamente territorios que no pertenecen a Tel Aviv. Y todo ello cuenta con la anuencia de la Casa Blanca que se burla de la comunidad internacional y hasta de sus aliados de Europa, como aconteció con el tema nuclear de Irán y otros asuntos anteriormente pactados.

Los anhelos de paz y hermandad entre los ciudadanos de Corea del Norte y del Sur han sido frustrados por el sistemático accionar del ejército de EE.UU en la península, así como por las provocaciones de la ocupación norteamericana en el área, a pesar de los miles de kilómetros que separan a esas tierras, de Norteamérica.

Añadir a Cuba a una impúdica lista de naciones que no contribuyen a la lucha contra el terrorismo es la coronación de la indecencia por parte de la administración Trump, por cuanto es precisamente la Isla quien más daño ha sufrido, históricamente, por ese azote organizado y ejecutado desde USA, contra la Mayor de las Antillas.

A ello se suma, y como colmo de la ignominia, el declarar como trabajo esclavo la ayuda solidaria de médicos y enfermeros del territorio caribeño los cuales, voluntariamente, acuden ante el llamado de otros pueblos necesitados de apoyo y asesoría en servicios de Salud. Estos titanes van a salvar vidas en disímiles latitudes geográficas, no llevan consigo bombas ni armas, solo batas blancas y su alto grado de profesionalidad científica y humana.