Lamentablemente, Colombia, la hermana nación del Sur del continente está cada vez más señalada por su errado proceder al incumplir acuerdos de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, CELAC, que declaran a la región como Zona de Paz. Y además, por irrespetar, flagrantemente, lo convenido entre la guerrilla y el gobierno en reuniones efectuadas en La Habana, ante países garantes, observadores y representantes de Naciones Unidas.

El compromiso alcanzado entonces por las partes en conflicto estaba encaminado a poner fin a décadas de guerra, muerte y destrucción, y contribuir a un ambiente de desarrollo económico y social basado en la concordia para todos los colombianos.

Uno de los principales quebranto de los compromisos es sin dudas el creciente asesinato de líderes sociales, ex miembros de las FARC-EP, campesinos e indígenas dirigentes de comunidades y organizaciones, entre otros ciudadanos que han perdido la vida en manos de paramilitares, falsos positivos, y otras formas de degradación humana.

Contrariamente al fomento de la paz es hoy ese territorio, el que cuenta con mayor intervención militar estadounidense en América, no solo en bases ubicadas en varios puntos, sino también con la presencia de efectivos y medios desplegados por Washington con el pretexto de combatir el tráfico de drogas, (algo muy poco creíble por la comunidad internacional, luego de tantos años de inacción, “Plan Colombia”, etc.), tema que a decir de congresistas y población local, proyecta signos de laceración de soberanía.

Al mismo tiempo este accionar desenmascara el rol verdadero de la administración de Iván Duque, el cual de forma burda se hace eco de la hostilidad del gabinete del señor magnate presidente de EE.UU., Donald Trump, contra Cuba, isla caribeña que mucho ha contribuido con la paz de ese país. Duque demuestra ingratitud con quienes siempre apoyaron el logro de la armonía entre sus compatriotas, algo que pudo ser alcanzable.

Igualmente han salido a la luz pública hechos muy graves de la intromisión de Trump y el Estado colombiano en los asuntos internos de la República Bolivariana de Venezuela, la cual es blanco sistemático de agresiones, bloqueos y asedios absurdos e ilegales por parte de la Casa Blanca y algunos aliados.

La “Operación Gedeón” involucró a ambos gobiernos, (según testimonios y pruebas presentadas ante los medios de comunicación), y en reiteradas ocasiones han sido denunciados desvíos y usurpaciones de recursos financieros de Venezuela para ser entregados a corruptos personajes opositores y ultra reaccionarios, encabezados por el fantoche Juan Guaidó, un sujeto capaz de pedir la intervención extranjera y provocar miles o millones de muertes por conseguir su propósito de ostentar el poder, aún sin haber sido electo por la población en las urnas.

Si sucesos insólitos como ese ocurriesen en el Congreso de los Estados Unidos de América, es decir, que un diputado cualquiera se autoproclamase “Presidente” en una calle de Washington, sin proceso electoral alguno, seguramente estaría bajo custodia en prisión por infringir las leyes; accionar fraudulento, usurpación de poder, antidemocracia, y traición a la Patria.

Y si EE.UU. tuviese voluntad política real de erradicar el flagelo del narcotráfico bastaría con un mayor control en sus fronteras y en lo interno de su territorio, (el mayor consumidor del mundo), para erradicar el delictivo negocio.

Por su parte, el gobierno de Colombia debía pensar más en salvaguardar la paz, y no en servir a intereses foráneos que nada tienen que ver con el contexto actual que viven los compatriotas del Sur que además de sufrir de una letal pandemia, la COVID-19, precisan más que nunca de cooperación, desarrollo sostenible, y mayor equidad social.

La arrogancia característica del señor Trump puede arrastrar a los hermanos colombianos a una guerra de ilimitadas consecuencias, y la población de ese país jamás aceptará ser víctima de un conflicto generado por apetencias expansionistas y sed de recursos de otras naciones.

América Latina y el Caribe solo aceptan principios de paz que fomenten vida y progreso, no crímenes de lesa humanidad. Los que se oponen a ello son instrumentos manipulados por el voraz imperio, en detrimento de los sueños y el futuro de sus pueblos.