El grado de irresponsabilidad, egoísmo y prepotencia del magnate presidente de los Estados Unidos Donald Trump es colosal, así lo muestra su accionar en momentos de pandemia. Además de irrespetuoso se comporta como un vulgar chantajista al señalar que podría retirar los fondos que su nación aporta a la Organización Mundial de la Salud, y particularmente lo plantea durante la expansión vertiginosa de la COVID-19.
Trump politiza toda gestión humanitaria que se realiza en el planeta. La OMS, por su esencia orientada a salvar vidas, tiene la potestad de ayudar a todos los pueblos necesitados, y particularmente es muy justo que apoye a aquellos países a los cuales el propio EE.UU. les priva de recibir recursos; medicinas, alimentos e insumos para el combate de esta mortal enfermedad que ha enlutado ya a miles de familias en el mundo.
¿A quién se le puede ocurrir acusar a una entidad internacional que promueve Salud por el mero hecho de socorrer a otros países? A personas carentes de sensibilidad que priorizan los ingresos económicos en detrimento de la vida humana.
Los gobiernos sensatos del orbe están enfrascados en frenar la pandemia y evitar la diseminación de esta y las muertes que ocasiona.
Sin embargo, hay dignatarios como el de Washington y Bolsonaro en Brasil, que priorizan la política y las ganancias y no han respondido con la inmediatez o determinación que indican los expertos, científicos y especialistas de Salud locales, de la OPS y la OMS, los cuales cuentan con los conocimientos y herramientas para proponer protocolos que puedan poner coto a esta enfermedad.
No puede concebirse en este contexto internacional la promoción de guerras, conflictos ni maniobras desestabilizadoras contra otras naciones.
Los bloqueos a Venezuela, Cuba, Irán, a Siria y otros Estados deben cesar, es una premisa básica de humanidad y ética, universales. Así lo han expresado organismos de Naciones Unidas, gobiernos, personalidades y ciudadanos en el mundo, incluso del propio pueblo estadounidense, donde existen también personas honestas, y de buena voluntad.
La barbarie no puede imponerse ante valores humanos concebidos para ayudar al prójimo, ofrecer solidaridad y colaboración a todos aquellos que lo precisen.
En esta era contemporánea solo la unidad en las diferencias puede lograr la salvaguarda de regiones y zonas geográficas.
Varias instituciones creadas en décadas pasadas en Latinoamérica así lo confirman; La UNASUR había alcanzado mecanismos de coordinación importantes, ALBA-TCP también, y la CELAC promovió la paz y cooperación, aún entre países con divergencias políticas.
Pero la estrategia de desunión y subversión dictada desde la Casa Blanca con el contubernio de algunos satélites de turno en el continente obstaculizaron el desarrollo de estos entes creados para lograr sostenibilidad económica, social, y fortaleza ante otros bloques integracionistas mundiales.
Este es momento de fomentar solidaridad y dejar a un lado las politiquerías, los complejos y la altanería, casi siempre con propósitos electorales.
Salvemos juntos esta hermosa Tierra, planeta de todos que está en peligro de extinción y cual demanda como nunca antes, armonía y colaboración que le permitan renacer más justa, y próspera.