Los ciudadanos honestos de Estados Unidos, la Unión Europea, América y el mundo en general, al constatar la actitud irresponsable y prepotente del presidente Donald Trump, empeñado en acrecentar bloqueos, sanciones y movilizar efectivos militares (con pretextos poco verosímiles de combatir el narcotráfico) hacia áreas del Caribe y Pacífico, en momentos que en su país y en el planeta aumentan las estadísticas de contagios y muertes por la pandemia de la COVID-19, solo pueden sentir aversión e indignación.
De genocida resulta ese accionar en medio de un flagelo tan letal como el que también invade a New York, California y gran parte del territorio norteamericano, un suceso que ha impactado a toda la comunidad internacional, que aúna esfuerzos para erradicarlo, y solo hoy junto a la Organización de Naciones Unidas y las instituciones de Salud, encamina recursos hacia ese propósito.
Sin embargo, Trump prefiere estimular las provocaciones y los actos golpistas contra Venezuela y otros pueblos -también víctimas del letal virus- denotando con estas medidas su desesperación ante la incapacidad que proyecta para frenar con rapidez esta pandemia. Ha sido capaz de amenazar y proponer sanciones a entidades que hacen llegar ayuda a Venezuela y también a Cuba, crimen de lesa humanidad en el que cotidianamente incurre el magnate presidente.
Solo puede catalogarse de muy peligrosa la decisión de la Casa Blanca al autorizar los movimientos del Comando Sur en aguas de la región, precisamente ahora. Y llama la atención a los gobiernos, personalidades e investigadores del continente, cómo en esta ocasión Trump muestra interés en combatir al narcotráfico en estas latitudes, cuando desde el “Plan Colombia” ya ese país había prometido erradicar la producción y, con ello, el consumo en los países más notorios con este azote, que casualmente resultan ser Colombia y EE.UU.
Es amplia la madeja de intrigas y denuncias infundadas, y sin presentación de pruebas convincentes por parte del sistema de justicia y algunos medios de comunicación bajo la égida de Washington contra líderes de la Revolución Bolivariana.
Esas declaraciones que fueron públicas llegan luego que Caracas declarase el desmonte de un complot terrorista organizado por paramilitares en Colombia y con la anuencia de opositores venezolanos y el diputado Juan Guaidó, en contubernio con reconocidos narcotraficantes de esa nación, y no es la primera vez que ese "autoproclamado" se reúne y busca la asistencia de delincuentes para sus objetivos, de ahí su colosal descrédito.
No obstante, Trump y sus asesores ultrareaccionarios se apuraron en proponer otra de sus maquiavélicas opciones ante ese nuevo fracaso; ya tenían definido de manera ilegal, verdulera, e injerencista, campañas de falacias, planes de desestabilización e intentos reiterados de derrocamiento al legítimo gobierno de Venezuela. La misma receta tradicional de siempre, querer imponer por la fuerza sus pretensiones, aunque no deben olvidar que Venezuela no es la pequeña Granada, ni tampoco el Panamá, de Noriega.
Norteamérica no respeta la institucionalidad de la República Bolivariana, ni tampoco de muchas otras en este Universo, quebrantan cínicamente el derecho internacional, ahondando en su descrédito.
No acaban de comprender que el dignatario de esa tierra del Sur fue elegido, precisamente, por unos 8 millones de ciudadanos en las urnas, con presencia amplia de observadores y expertos, y cuenta con amplio respaldo popular, a diferencia del fantoche Juan Guaidó, impuesto en calle pública de Caracas con patrocinio de la Casa Blanca y a quien incluso miles de opositores al chavismo le califican de corrupto, inepto, y oportunista, ¡Hecho insólito en esta era de civilización!
Cada día son más los hombres y mujeres que en el mundo fallecen por la COVID-19, y todavía hay quienes de manera monstruosa prefieren incrementar las escaladas guerreristas y antihumanas en vez de dejar la arrogancia imperial para salvar con colaboración y mayor solidaridad a millones de enfermos, independientemente de las formas de pensar y los sistemas políticos imperantes, sean monarquías o democracias de cualquier tipo, ese es un derecho inalienable y de autodeterminación de los pueblos.
Ni EE.UU. u otra nación del globo terráqueo tiene autoridad moral ni legal alguna para imponer sus designios a los demás países. Eso solo corresponde a la población de cada uno de los territorios.
El Congreso de los EE.UU., ante lo que acontece con el mortal virus, debe poner coto a la paranoia armamentista de su Presidente. Es momento de tener como prioridad dedicar todos los recursos materiales y humanos, (incluso esos que Trump envía hacia aguas jurisdiccionales caribeñas con un pretexto de “gendarme universal”, que hoy nadie cree y menos concibe), a proteger y devolverles la vida a compatriotas en New York, California y demás lugares de USA que impactan al mundo por la profunda tragedia que viven.
No se constata lógica en el actuar de la administración norteamericana, está obviando la sensibilidad del pueblo estadounidense el cual también sufre el flagelo. Mientras, su mandatario está más obcecado en avivar beligerancias inapropiadas que comprometen al hemisferio, también a sus habitantes y a todas las tierras de América que rechazan las guerras o eventos irracionales como los que orquesta la Casa Blanca. Hay demanda universal de paz y ayuda ante la pandemia, no de sucesos disparatados y extremadamente incoherentes con la realidad.