El siglo XX muestra un retroceso importante en las políticas enarboladas por Naciones Unidas de salvaguarda de la paz y convivencia pacífica entre los países soberanos. Resulta cada vez más quebrantado el derecho instituido por la organización mundial de respeto a la autodeterminación de los pueblos.

Uno de los ejemplos más significativos de la violación de los principios fundacionales de la ONU se constata en el abominable desempeño de la Organización de Estados Americanos (OEA), y en especial de su secretario general Luis Almagro, ejecutor obediente de la estrategia de injerencia verdulera aplicada por el gobierno de los Estados Unidos en Latinoamérica y el Caribe.

Desde el ascenso a la directiva de la OEA del señor Almagro se han vuelto sistemáticos y desfachatados los planes de intervención y subversión del gobierno de Donald Trump. Uno de los casos más notorios es la reiteración de ataques disparatados, chantajes, amenazas y sanciones carentes de argumentos y particularmente muy alejados de la realidad sobre Venezuela, Nicaragua y Cuba. Y precisamente la Mayor de las Antillas hace décadas dejó de ser miembro de la OEA por el servilismo de esta a los intereses de la Casa Blanca en detrimento de las crecientes necesidades de los pueblos, desde el Río Bravo hasta la Patagonia.

El señor Mike Pompeo, emisario de Trump en el organismo regional, ha demostrado alcanzar un profundo grado de ignorancia sobre la realidad de países del hemisferio. Resulta evidente que jamás ha viajado ni caminado siquiera por una calle de La Habana o cualquiera en otra provincia cubana, de lo contrario no expresaría las necedades que dice, solo posibles de comprender en una mente torcida, mal intencionada, o muy desorientada.

Si Pompeo o el propio Almagro visitasen Cuba no encontrarían jamás una ciudad militarizada como ocurre en Chile o la Bolivia de hoy donde pulula la represión y el acoso a opositores, a militantes del Movimiento Al Socialismo o a indígenas humildes que reclaman justicia ante el golpismo y la férrea criminalidad impuesta por el gobierno de facto.

Tampoco verán en la nación caribeña policías diseminando por doquier gases lacrimógenos o dando bastonazos a diestra y siniestra, y menos podrán observar daño alguno a los ojos de seres humanos causados por balines que acostumbran emplear los gendarmes chilenos ante movilizaciones populares.

Y dónde están los señores de la OEA, Pompeo, Trump y sus allegados que dicen “defender la democracia y los derechos humanos” y hacen mutismo total ante la barbarie que se vive en esos países militarizados y con efectivos fuertemente armados quebrantando la vida de miles de personas. El propio Congreso de EE.UU. y otros parlamentos regionales podrían revisar la larga lista de heridos y asesinados durante los mandatos de esos gobiernos de ultra derecha que dicen ser “democráticos” y tienen el aval de aliados de Norteamérica.

Y qué decir de los lamentables acontecimientos en la actual Colombia, fuente de muerte, desplazados y desaparecidos sistemáticos, y donde los Acuerdos de Paz entre la otrora guerrilla de la FARC-EP y el gobierno de ese país (refrendados por la ONU y varios países garantes) han sido vulnerados sin respeto alguno a las leyes, y postulados internacionales.

Los cubanos están muy conscientes del crimen que representa el histórico bloqueo económico, comercial y financiero contra la Isla que data de más de 55 años, y también rechazan las estrategias de subversión y abusos contra los alrededor 12 millones de habitantes al cual Washington -que se autoproclama “paladín de los derechos humanos”- trata de asfixiar potenciando carencia de productos, medicinas, tecnologías y alimentos, además de aplicar medidas extraterritoriales contra otros países soberanos. 

La OEA y aquellos gobiernos sin personalidad ni identidad propia que actúan repitiendo al pie de la letra el guión preconcebido en la Casa Blanca deben preocuparse más por solucionar sus graves problemas internos que son la causa esencial de los crecientes estallidos sociales, y dejar que los restantes Estados libres e independientes delineen a su antojo el sistema económico, político y social que sus pueblos elijan.

Ha quedado fehacientemente demostrado que el neoliberalismo probado con creces en Argentina, Chile, ahora en Ecuador, Brasil y otras naciones del Sur, ha resultado un profundo fracaso, acrecentando las brechas entre pobres y ricos y aumentado los indicadores de desempleo y pobreza extrema, al tiempo que ha exacerbado estallidos sociales y agravado la convivencia pacífica y colaboración mutua y complementaria entre las naciones.

Con esta OEA solo concebida para dividir América Latina y el Caribe al antojo de Washington y promover el intervencionismo y los intereses de EE.UU., jamás podrá alcanzarse el desarrollo económico y social sostenible que anhelan y precisan millones de pobladores de estas tierras ancestrales. De ahí que la inmensa mayoría de los pueblos que son sabios potencien la paz y aspiren a una integración la cual impulse el desarrollo y progreso de todos los países del área.