El mundo civilizado ha quedado atónito ante la actitud agresiva, irresponsable y extrema de Washington en el Oriente Medio. 

La torpeza y prepotencia mostrada por el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, al quebrantar las leyes del derecho internacional con su agresión al territorio de Iraq, con el fin de asesinar al líder del pueblo iraní, el general Oasem Soleimani, el cual gozaba de la admiración de millones de ciudadanos en esa región por su lucha antiterrorista, pone en riesgo la paz y estabilidad en el planete, además de prender fuego a un polvorín de ilimitadas consecuencias.

No puede ser asumido como acto legítimo ni de defensa el intervenir en un país independiente sin la aprobación de sus genuinas autoridades. La Organización de Naciones Unidas, fundada para sustentar la coexistencia pacífica y el respeto a la autodeterminación de los Estados, no debe silenciar esta acción solo comparable con la barbarie implementada por los terroristas en varias latitudes del orbe.

Ningún pueblo digno puede aceptar que sus coterráneos sean ultimados de forma tan aberrante, de ahí que por estos días millones de hombres y mujeres en Irán y también en otras naciones hayan condenando y pedido moderación a EE.UU. ante su escalada guerrerista.

No debemos olvidar que vivimos en una era nuclear y de armas de exterminio en masa, dígase convencionales o no, suficientes para extinguir varias especies biológicas, esencialmente al hombre.

De no frenarse la demencia beligerante que exhibe la actual administración estadounidense (basada en injerencias, financiamiento a entes subversivos, intervenciones militares y ocupaciones ilegales de territorios como acontece en Siria, Iraq y otros pueblos), seguirán acrecentándose las posibilidades irreversibles de una conflagración regional y mundial donde no habrá vencedores, solo muertos, mutilados y desaparecidos.

Y a ello se sumará una ola irreversible de desastres naturales, hambruna, enfermedades y pobreza extrema que no solo se limitaría a las partes en disputa, sino que sus consecuencias se harían sentir, además, en todos los confines de la humanidad.

Es hora de que se imponga la cordura, sensatez y la oportuna reflexión en quienes tienen el deber de preservar la paz y potenciar el desarrollo de las fuerzas productivas y colaboración entre los pueblos con irrestricto respeto a la soberanía nacional de cada uno de las países que conforman la comunidad internacional, los cuales, además, están adscriptos a la ONU, y a otros organismos multilaterales de esta era concebida de civilización y no de barbarie.