Solo de vergonzoso puede catalogarse el rol de servidor del imperio asumido en estos años por el secretario general de la Organización de Estados Americanos, Luís Almagro.
Este malogrado dirigente de la OEA ha servido exclusivamente para defender intereses de las oligarquías de la región y cumplir cada una de las orientaciones recibidas de la administración de los Estados Unidos que preside el magnate Donald Trump, mientras en América Latina crecen los indicadores de desigualdad y pobreza extrema.
Llama notoriamente la atención que Almagro siguiendo al pie de la letra el guión de Trump y sus ultra reaccionarios compinches de la Casa Blanca se preste para acusar a Cuba de fomentar trabajo esclavo en las misiones de colaboración médica y desinteresada que la Isla brinda desde hace seis décadas a otros pueblos que la han requerido.
Almagro no es más que la antítesis de la solidaridad humana. Su estrecho vínculo con los centros de poder de derecha del continente y en especial con su patrono Trump, lo han convertido en un sujeto repulsivo carente de sensibilidad ante los hombres de buena voluntad, esos que viven en condiciones precarias de vida y sin acceso alguno a servicios sanitarios o de educación. Este señor ha demostrado ser incapaz de reconocer, como lo han hecho durante tiempo organismos internacionales y regionales, la labor de los galenos cubanos en disímiles partes del universo, sin pedir nada a cambio, solo ofreciendo sus conocimientos y avalada profesionalidad.
Es de tal magnitud su ceguera política y acatamiento incondicional a la estrategia de asedio y bloqueo de Washington contra la Mayor de las Antillas, Venezuela y otros territorios del hemisferio, que ha sido capaz de arremeter contra una de las obras más hermosas y altruistas que pueblo alguno pueda haber realizado: ayudar de manera solidaria a aquellos que lo demanden.
El secretario de la OEA, adinerados como Trump, Marco Rubio y otros de la pandilla anticubana en el Congreso de EE.UU no pueden comprender cómo miles de médicos y paramédicos de un país pequeño y con escasos recursos puedan haber contribuido generosamente a enfrentar flagelos en otras tierras del mundo.
Señores de la calaña de ese clan no pueden entender que voluntariamente cientos de especialistas y científicos de diferentes ramas del conocimiento de Cuba se brindaron a ir a combatir el ébola en naciones de África a riesgo de sus vidas, pero con la decisión y convicción de salvar vidas, algo que seguramente jamás habría hecho ninguno de los que hoy cuestionan la colaboración de la Isla, práctica histórica y profundamente humana que tiene en su haber la cooperación en este frente, a decenas de pueblos.
Son millones de personas las que a través de la Operación Milagro fueron operadas y devuelta la visión. También suman miles las cirugías de diverso tipo efectuadas por los galenos de la nación caribeña, además de millones de consultas y tratamientos aplicados durante estos años de colaboración.
El personal de Salud de la Mayor de las Antillas está presto a acudir a aquellos lugares donde es escasa o nula la presencia de un profesional. Eso se ha podido constatar en varios de los territorios del orbe que han contado con el accionar solidario de la Revolución la cual sembró el amor al prójimo, promoviendo la justicia y equidad social ante el egoísmo y las desigualdades que los oligarcas amigos de Almagro, fomentan.
Estados Unidos y la OEA no tienen moral ni razón alguna para calumniar esta noble y honrada tarea. ¿Por qué no se dedican a combatir el mercantilismo creciente en los servicios de Salud que llega a ser impúdico y desvergonzado en muchos otros países, incluso en EE.UU., con políticas capitalistas neoliberales y segregacionistas, al extremo de tener derecho a ser trasplantado de riñón, corazón u otra cirugía importante, solo aquel que cuente con fondos financieros para costearlo?
La verdad de Cuba seguirá abriéndose paso ante la ignominia de quienes de forma inescrupulosa y sin ética alguna tratan con estrategias irracionales imponer sus designios a los demás, aunque para ello tengan que renunciar a la condición más distinguida del ser humano; su dignidad.