Los últimos acontecimientos ocurridos en el sur de Latinoamérica advierten sobre el despunte de corrientes ultraderechistas y fascistas en la región.
Solo de infame y aberrante puede catalogarse el comportamiento de las administraciones de turno presentes hoy en Bolivia (tras el Golpe de Estado), en Chile, Ecuador y Colombia con los gobiernos de Sebastián Piñera, Lenín Moreno, e Iván Duque, respectivamente.
En estos países se vienen instrumentando acciones de violencia, y paquetazos de medidas neoliberales extremadamente dañinas y discriminatorias para la inmensa mayoría de la población.
Y esas arbitrarias disposiciones las han hecho acompañar de una brutal represión contra miles de ciudadanos que en calles y barrios de esos pueblos, protestan. El accionar de gendarmes y militares en esas naciones son una viva expresión del avance de corrientes ultraderechistas y fascistas aún presentes en esos territorios.
Sin embargo, a pesar de los muertos, las decenas de heridos, la desesperación y los vejámenes observados contra los sectores más humildes o vulnerables; los campesinos, indígenas, estudiantes y obreros, llama la atención el alto nivel de complicidad de Washington con la Organización de Estados Americanos, así como la tibieza manifiesta por parte de la presidenta de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, la señora Michelle Bachelet, ante los sucesos en su propio país y el desvergonzado Golpe de Estado al mandatario legítimo Evo Morales Ayma, digno boliviano traicionado por sórdidas ambiciones de poder, locales y foráneos.
¿Cómo es posible tanta doble moral, atreverse a criticar al gobierno de Venezuela que es víctima de una atroz campaña mediática de mentiras y donde no se ven flagrantes violaciones a los derechos humanos, mientras, atónito, el mundo observa las imágenes procedentes de Chile, Bolivia y Colombia, y que de estos últimos no exista un contundente pronunciamiento de condena por parte de la “imparcial”, Bachelet o de la comprometida OEA?
La Casa Blanca y su instrumento de dominación regional, la Organización de Estados Americanos, dicen ser “paladines de los derechos humanos y la democracia”, y resultan ser los máximos responsables de la desestabilización e ingobernabilidad que asiste a buena parte del sur latinoamericano. La complicidad con partidos y entes de corte fascista los está arrastrando a un peligroso nivel de efervescencia política y social que puede acarrear consecuencias nefastas para el desarrollo y la supervivencia humana en estas zonas de conflicto y el continente.
Los males que aquejan a esos pueblos precisan de soluciones inmediatas. No puede haber paz, ni avance económico y social en Nuestra América con millones de hijos de la Patria Grande viviendo en condiciones de extrema pobreza, analfabetismo, insalubridad e inseguridad.
La ceguera política de Washington alcanza tal magnitud que no les permite ver, y menos comprender, que sus prácticas de asedio y agresiones sistemáticas contra naciones soberanas aumentan el rechazo, casi universal, a la actual administración estadounidense.
Ni bloqueos, sanciones, chantajes e intimidaciones matan el hambre y las enfermedades. Por el contrario, las acrecientan y a la vez fomentan estrategias de resistencia inesperadas por parte de esta especie en peligro de extinción, el hombre, presto siempre a sobrevivir al precio que sea necesario, y además vencer en defensa de la vida.