El señor Carlos Mesa, perdedor en las elecciones del pasado domingo en Bolivia ha demostrado de manera fehaciente ante ese pueblo y la opinión pública mundial, su irresponsabilidad e ineptitud al promover la violencia, discriminación y terrorismo en esa nación del Sur.

Resulta vergonzoso que los personajes aglutinados alrededor de Mesa hablen de democracia cuando ese país solo ha conocido la libertad luego del ascenso al gobierno de Evo Morales, el cual fue reelegido una vez más este fin de semana por la mayoría de los bolivianos.

Nadie puede negar que este mandatario es quien más ha trabajado a favor de los desposeídos y minimizado las históricas desigualdades que por siglos afectaron a esa nación del sur del continente latinoamericano. Ha mejorado además el Producto Interno Bruto ( PIB).

No olvidar que con políticas neoliberales salvajes antes de Evo, los principales recursos naturales estaban en manos de las transnacionales y compañías extranjeras que usurpaban sus riquezas en detrimento de los habitantes de esas tierras ancestrales.

Hoy el excandidato Mesa, luego de su derrota, continúa intentando desestabilizar la institucionalidad, potenciar un golpe de Estado y revertir las indiscutibles conquistas socio-económicas que tienen los bolivianos, sin distinción de clase, etnia u origen social.

La oposición de derecha apuesta a incentivar el odio y la segregación racial, fomenta la quema de centros electorales departamentales, agreden a artesanos, campesinos y obreros que apoyan al Movimiento Al Socialismo, Mas, vencedor en los escrutinios.

Y llama la atención cómo los derrotados por el voto popular, -a pesar de exacerbar mentiras y denuncias de fraude alrededor del proceso electoral-, se niegan a participar en una auditoria general, lo cual confirma el grado de incongruencia e inmoralidad de la oposición que no es capaz de reconocer el arraigo popular del MAS, que representa a millones de ciudadanos decididos a crear un mundo mejor para todos los bolivianos.