El gobierno de los Estados Unidos de América, con el ascenso al poder de la administración que preside Donald Trump, viene dando señales de irrespeto total a la voluntad mayoritaria de los acuerdos y preceptos que rigen la Organización de Naciones Unidas.
Y de manera prepotente y aventurera, Washington desacata la autodeterminación soberana de los pueblos y también burla múltiples tratados internacionales que sustentaron la paz y supervivencia del planeta durante décadas de civilización humana, y con especial énfasis a partir de la II Guerra Mundial, la cual costó alrededor de 30 millones de vidas.
Trump no solo agrede el ecosistema del Universo, de igual forma desoye a sus aliados de Europa y Asia que apostan por mantener el pacto con Irán para evitar la proliferación de armas nucleares y el control de armas con Rusia. Desestima a quienes aconsejan políticas de convivencia armónica, libre comercio sin excesivo proteccionismo e imposición de desproporcionados aranceles para los productos que tanto dañan las economías de otros países.
En Latinoamérica y el Caribe, los EE.UU. quieren imponer la obsoleta y deplorable “Doctrina Monroe”, como si los territorios americanos fuesen su traspatio. Y en relación con Venezuela, Cuba y Nicaragua continúa la aberrante y disparatada estrategia de bloqueo y subversión que solo ha conseguido unir más a la población en defensa de la Patria, y salvaguarda de su independencia.
Imagínemos por un instante que Washington fuese sitiada o amenazada con acciones militares por otra potencia, y no de palabras ni bravuconerías, sino con hechos reales. Digamos que sean de modo similar a los que habitualmente EE.UU aplica a otros: Ofrecer millones de dólares a entidades y nacionales de otros países para emplear en subversión, agresiones, organizar golpes de Estado, o como es práctica tradicional de sus administraciones, instrumentar asedios económicos y financieros que impidan adquirir medicinas, alimentos y equipos para el desarrollo.
¿Qué medidas tomaría el Congreso de los EE.UU y el Presidente, para contrarrestar esa barbarie?
Quizás prepararían a su población para hacer frente a cualquiera de esos desafíos por grave y peligroso que sean, incrementarían la defensa en sus Estados, aumentaría la producción agrícola, industrial y de servicios locales. Así mismo fomentarían con mayor ahínco el sentimiento patriótico y la unidad que convierte en baluartes inexpugnables a los pueblos ante aquellos que osen irrumpir o violentar la tranquilidad ciudadana en las naciones, libre y soberanas.
Y probablemente estrecharía los vínculos de manera integral con aquellos gobiernos que condenen y rechacen la injerencia, el intervencionismo y el golpismo fraguado desde el exterior.
Por ejemplo, en Suramérica, la República Bolivariana es víctima del criminal cerco imperial y de operaciones ofensivas por parte de mercenarios, terroristas y paramilitares entrenados en Colombia con la colaboración de ultra reaccionarios residentes en la Florida, y el apoyo de otros serviles lacayos que cohabitan y desacreditan a la Organización de Estados Americanos. Esos que por el mero hecho de buscar prebendas o migajas de las que ofrece la Casa Blanca a sus sirvientes, venden su alma al diablo, aunque luego éste, como hizo Roma, los desprecie.
La historia contemporánea muestra cómo los hacedores de la guerra y la muerte consiguen siempre la repulsa y desprecio de la humanidad. Esas maquiavélicas estrategias de exterminio tienen, más temprano que tarde, la contundente respuesta de millones de personas que en el mundo están hastiados ante la arrogancia y demencia guerrerista promovida por mezquinos centros de poder, desde Norteamérica.