La infame política local y externa que despliega el gobierno de los Estados Unidos presidido por Donald Trump ha convertido a ese país en un territorio de violencia y exacerbación del racismo y la supremacía blanca, al tiempo que logra también mayor rechazo en el ámbito internacional.

Las últimas disposiciones ejecutivas de la Casa Blanca contra la República Bolivariana tienen la repulsa universal por cuanto persiguen matar por hambre y enfermedades a más de 15 millones de seres humanos, la misma estrategia criminal emprendida contra Cuba por Washington desde hace más de medio siglo.

¿Cómo puede el Congreso de los EE.UU, los medios de comunicación de Occidente, y la mismísima Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, silenciar, o justificar, esa acción unilateral y delictiva del Presidente Trump contra territorios del Sur que tanto han sufrido y padecido por centurias de desigualdad y explotación de sus riquezas y recursos?

Resultaría muy vergonzoso que otros gobiernos de América, o de la Unión Europea, Asia, África y Medio Oriente secundasen tal barbarie. El mundo debe pronunciarse enérgicamente contra esa sed de hegemonismo y ambiciones de Norteamérica, incompatible con la era de civilización y desarrollo científico y tecnológico de esta centuria. Los métodos de asedio, amenazas y chantajes de Washington, son inaceptables.

En los EE.UU. habitan millones de migrantes procedentes de disímiles latitudes del orbe, muchos de los cuales junto a sus descendientes han contribuido decisivamente al surgimiento y avance económico de esa nación. Y sin embargo, ello es obviado por el dignatario actual que solo concibe como legítimos -a decir de su accionar cotidiano-, a los estadounidenses blancos y con niveles adquisitivos reconocidos.

De lo contrario, no fuesen tan agredidos con declaraciones profundamente despectivas ni serían tan perseguidos los hispanos, indígenas y negros que radican o llegan a esa “tierra prometida” tan estimulada por Hollywood y las transnacionales imperiales.

Esas viles actitudes unen con más fuerza a los pueblos, aún en medio de diferencias de sistemas políticos, económicos y sociales. Trump, como millonario comerciante, debería conocer que ninguna medida que afecte los intereses de otros puede ser bien recibida, ese es el caso de la Ley Helms-Burton que neciamente aplican contra Cuba la cual además de absurda e irracional, daña la soberanía de países libres e independientes.