De insólita y muy errónea puede catalogarse la posición de algunos Estados en la retrógrada y desacreditada OEA al atacar al gobierno legítimo de la República Bolivariana de Venezuela, mientras apoya a un fantoche, golpista y promotor de violencia como el autoproclamado “presidente”, Juan Guaidó, diputado en desacato que muestra su retorcida mente al creer haber asumido ese cargo por mandato de dios, ya que carece del voto democrático y popular.
Los defensores de los derechos humanos en el mundo, y particularmente la Comisión establecida para la salvaguarda de estos principios por la Organización de Naciones Unidas, no pueden omitir situaciones de lesa humanidad como las que ha orquestado la Casa Blanca y la oposición venezolana para asfixiar la economía y vida de ese pueblo.
La ONU está concebida para respetar la institucionalidad, y ser protagonista del rechazo a políticas brutales o crueles que dañen a las personas, esencialmente a los niños, enfermos, discapacitados o ancianos, como acontece con las sanciones que fomenta Washington contra esa noble tierra, al usurparle sus fondos financieros, apoyar Golpes de Estado y castigar a millones de hijos de la Patria de Bolívar.
Esa vil política estimula la carencia de medicinas, alimentos y recursos para sustentar servicios básicos y apostar al desarrollo social y económico que impulsa el país, (aún en las difíciles condiciones de bloqueo y campañas profundas de desinformación y falacias orquestadas por los medios de comunicación occidentales y oligárquicos vinculados a Estados Unidos), con misiones socio-económicas a favor de las mayorías, nunca antes conocidas.
No sorprende la posición de la Organización de Estados Americanos y menos aún del secretario general, Luís Almagro (conocido por su sumisión a la administración norteamericana), y una historia de degradación moral en esa institución, la misma que por décadas ha estado al lado de las causas más injustas de la región.
No olvidar que la OEA jamás condenó ni demandó emplear la llamada Carta Democrática ante los ignominiosos sucesos de la Operación Cóndor, los crímenes de dictaduras militares, el golpe a Salvador Allende en Chile, a Manuel Zelaya en Honduras, Lugo en Paraguay, también a Dilma en Brasil, o durante las invasiones estadounidenses en República Dominicana, Cuba, Guatemala, Panamá, Granada, etc.
Y qué decir del silencio cómplice ante la maniobra descarada de la justicia brasilera y el accionar de su controvertido y oportunista, hoy ministro de justicia, Sergio Moro, envuelto en una nebulosa, complementada con una burda maniobra anti ética enmascarada en pretextos anticorrupción y quien curiosamente resulta ser el principal responsable del encarcelamiento de Luis Inácio Lula Da Silva. También hacen mutismo total ante la persecución política descocada contra Cristina Fernández en Argentina y líderes políticos, sociales e indígenas en el cono Sur, víctimas del quebranto a sus derechos humanos.
Lo mismo se constata ante la inacción frente a países perversamente bloqueados como Cuba con leyes extra territoriales que laceran la soberanía de otros Estados libres del planeta, y no solo del ámbito de América, sino también de Europa, Asia, África y Oriente Medio.
Es hora que se abra paso a la verdad. En una era de civilización no puede florecer la indignidad y baja calaña de quienes por su alta responsabilidad deben asumir roles decisivos y honestos para potenciar la paz, sostener la independencia y contribuir a minimizar las abismales desigualdades que provocan pobreza extrema, analfabetismo, desestabilizaciones, y además exacerban odios y violencia.