Las abuelas no se lavaban la cara a conciencia cada día con un cepillo facial, ni con jabones repletos de ingredientes. Lo hacían, sencillamente, con agua fría para despejar el rostro y activar la circulación. Lo cierto es que funciona, deja el rostro como un lienzo en blanco para redibujarlo. El agua fría es beneficiosa en varios aspectos: es estimulante, nos despierta, activa la circulación, aumenta el metabolismo, y tonifica piel y músculos. El agua caliente, por el contrario, deshidrata más y elimina la grasa natural de la piel, que actúa como barrera protectora, lo cual favorece la aparición de problemas dérmicos como las irritaciones. 

Agua fría en el rostro 

Aunque en invierno cueste más, los dermatólogos recomiendan el agua fría en el rostro. Bebemos agua fría y nos lavamos con agua caliente, cuando, por motivos de salud y belleza deberíamos empezar a hacer exactamente lo contrario. Para la piel siempre es más aconsejable el frío que el calor, como demuestran los cutis de las mujeres nórdicas frente a las pieles de países cálidos. 

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El calor, enemigo del cutis 

La mayoría de los expertos coinciden en que la cara hay que lavarla siempre con agua fría e, incluso, muchas mujeres guardan algunos de sus cosméticos, como el tónico, las cremas exfoliadoras, las hidratantes, entre otras, en la nevera.

(Con información de Mejor con Salud