El Coronel, después de tanto tiempo, solo puede esperar junto a su mujer y un gallo. Esperar, cualquier cosa, se ha convertido en su única esperanza en aquel pueblo lleno de calor y lluvias interminables.

El coronel no tiene quien le escriba es el segundo libro que escribiera Gabriel García Márquez y nada tiene que envidiarle a su creación más sublime, Cien años de soledad. Si bien el Nobel de Literatura colombiano no había alcanzado la fama, en este libro se vislumbran ya sus modales estilísticos, la dinámica expresiva y la certera adjetivación, singular poética que perfeccionaría su autor en obras posteriores.

Es significativo en el fugaz texto una especie de limpieza narrativa, donde no falta ni sobra nada; envuelto en sombras luminosas, lo atraviesa un halo de misterio tragicómico. Se siente un soplo de cosas no dichas del todo, de un aura tenue. Silencios retóricos o profusas palabras capaces de callar el mayor secreto. En fin, una serie de sobreentendidos y medias tintas.

El relato tiene un marcado carácter anecdótico, sin embargo, aquí la fuerza la tiene precisamente el Coronel, un personaje lleno de matices con un despliegue de contrastes conmovedores como pocas veces se ha visto en otros. Los demás personajes no se quedan atrás, pues más que personalidades son almas humanas. El paso del tiempo, el olvido, la vejez y una profunda reflexión, otra vez, de la soledad, la pérdida y el abandono, en muchos sentidos, son algunos de los temas que recorren con maestría el relato.

Por otro lado, la historia es un maravilloso retrato colmado de sonidos, olores y diálogos precisos, elementos que le confieren un ritmo propio e irrepetible al hilo argumental.

Pocos libros vivirán en el lector como El coronel… Al cerrarlo, todavía es posible sentir, oír y ver cada espacio entre sus páginas.

Una experiencia lectora impactante que no dura ni un día, pero se quedará la vida entera.

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