Eguchi observa los cuerpos por completo desnudos de esas muchachas dormidas; cada una le evoca otra época, unas veces a su madre, otras a su mujer, hijas… y hasta amantes. Como una ensoñación es La casa de las bellas durmientes; aquel lugar en el que las jóvenes, ignotas, vírgenes y siempre distintas, pero narcotizadas, pasan cada noche junto a un anciano, sin sospechar siquiera con quién compartirán el lecho.
La breve e insólita historia del escritor japonés Yasunari Kawabata desde el íncipit desconcierta al lector con los límites de su propia moral. Se mezclan, como es característico en la obra del Nobel de Literatura, rasgos tradicionales de la estética y la cultura japonesas junto a temáticas modernas. Kawabata explora con una prosa reflexiva y ritmo meditativo sobre lo erótico, la sexualidad, los límites entre el ímpetu y el sexo, amenazando en ocasiones con un estado de violencia. El texto es atravesado en todo momento por aquello relacionado a la vejez, la juventud y la temporalidad.
Es una obra que busca en la sensorialidad de la luz, colores, olores; remueve las emociones entre atmósferas salvajes y ambientes irreales desde la tranquilidad de una cálida habitación. Aunque tiene pocos diálogos, son certeros, cual cuchillos que cortan el aliento. Contrastan los umbrales del fin con la belleza; la pureza con la fealdad; la vergüenza con la pena.
Por causa del lozano esplendor de las eternas durmientes, el viejo Eguchi pasa de la admiración, a lo que él llama más que la lujuria masculina, al “placer deforme”, insoportable dilema para el personaje. Los recuerdos le devoran. Romper la regla es, a medida que avanza la historia, una obsesión irrefrenable.
En definitiva, La casa de… es una fulgurante novela corta, pero profundamente perturbadora que muestra el poder de los recuerdos y los sentidos, a la par que la fragilidad de los seres humanos ante el tiempo o la muerte.