No vislumbré cuán inmensamente profunda resultaría esta pequeña compilación cuando la tuve en mis manos –por lo breve al tacto–, aunque su título y prólogo aseguraban todas las cartas credenciales.
“Pero se aproxima el tiempo en que la sangre se derramará como tinta en el renglón brutal de las lidias guerreras. Los tiranos nos crucificarán en las palmas, pero nosotros les tornaremos buitres sus palomas de alcaldía”, escribiría Céspedes en unas memorias, un año antes del estallido de la insurrección armada contra España, en su ingenio La Demajagua. Tiempo después, las proféticas palabras del Padre de la Patria, sin él quizás imaginarlo, se cumplirían a cabalidad y se documentarían incluso en forma de verso con la creación de Los poetas de la guerra.

Los artífices de este volumen, Serafín Sánchez, Fernando Figueredo, Néstor Carbonell y el propio José Martí plasmarían a través de la selección de los textos que lo conforman “el profuso patriotismo, la adoración a la madre querida o a la esposa lejana, la conmovedora reclamación al enemigo, la ponderación a la épica gesta y sus protagonistas…”. Llama la atención la “poesía fluida” de Sofía Estévez, única mujer dentro de esta antología, con su poema A Cuba o las hermosas estrofas de Fernando Figueredo con El combate de Báguanos y también las sentidas quintillas A mi madre de Luis Victoriano Betancourt.
Significativa es la cubierta del artista Ernesto Rancaño; desbordante de simbolismo atrapa el espíritu mismo del compendio en la imagen de una mujer-virgen-Cuba que sobre un potrero colmado de palmas empuña una pluma cual espada o viceversa. Entre glosas, romances, décimas… junto al prólogo del Apóstol, Los poetas... reconozco es un libro fundamental no solo para la Cultura cubana, sino para la construcción de la nacionalidad como algo que nunca deja de crecer.