Lo primero que causa curiosidad de la reciente redición de Jane Eyre es el (fragmento) bello retrato (óleo sobre lienzo) de la pintora y música francesa, del siglo XVIII Rose-Adélaïde Ducreux, en la cubierta del libro, con el depurado diseño de Lisvette Monnar y edición, corrección y composición de Joel M. Lugones, bajo la Editorial Arte y Literatura.

La segunda novela de la mayor de las Brontë nos cuenta la azarosa vida de Jane Eyre, una huérfana recogida por sus tíos, venida a menos que después de convertirse en institutriz va a conseguir trabajo en la mansión Thornfield un lugar que esconde un escabroso secreto.

Comparado con otros clásicos, Jane Eyre, puede parecer uno de los más simples y nobles; sin embargo, esta obra no solo es –quizás– una de las más conocidas de su escritora, Charlotte Brontë; es sin dudas, y ahora luego de releerla, una de las grandes novelas de todos los tiempos. Una imprescindible cuando de literatura victoriana se trate. Para nadie es un secreto que el tema del amor cruza todo el texto pero sobre todo es pionera del feminismo en la literatura e incluso de la psicología moderna porque es un ejemplo claro de cuán beneficioso logra ser la lectura cuando su protagonista demuestra una gran inteligencia emocional e integridad inquebrantable frente a tantas desgracias y penurias.

Pocas líneas bastan para que el lector empatice con el singular temperamento de Jane, con sus ideas, reacciones, maneras de enfrentar las dificultades y momentos de felicidad. Es una crítica aguda a una sociedad vetusta y un canto valiente contra conceptos morales que sobre el amor se tenían en la época y que aún palpitan en la nuestra. Es una novela ideal para iniciarnos con los clásicos por la manera tan accesible en que está contada, donde su autora crea desde ese monólogo interior casi una conversación con quien lee, también por sus maravillosas ambientaciones y personajes entrañables muy bien construidos; es sin dudas la mejor opción para leer en esta etapa estival.